Mi formación básica como hispanista y como filólogo, en general, se ha llevado casi exclusivamente a cabo en la Universidad de Bucarest. Ha sido una buena formación, y la única falta (¡eso sí, mayor!) que podría achacarle es la ausencia casi completa de diálogo vivo con la familia hispanística mundial. En honor a la verdad, huelga decir que tal defecto no era congénito de la institución misma, sino de los límites asfixiantemente estrechos entre los cuales estaba acorralada la actividad académica bajo el "socialismo real" (que muchos habían dado en llamar "realmente inexistente"). Sea como fuere, en 1985 – cuando me vi obligado a expatriarme -, al cabo de cinco años de carrera y otros quince de docencia, aún no había pisado el suelo de cualquier país de habla hispana, ni había presenciado congreso o coloquio alguno de carácter internacional en el campo de de mi asignatura. Para "desquitarme", aprovechando las magras ventajas del exilio, me planteé prioritariamente un viaje de estudios a España; proyecto que se llevó a cabo en julio-agosto de 1987.Dada mi inexperiencia, podía haber caído en uno de los tantos cursillos estivales que proliferaban, entonces como ahora, en toda la extensión de territorio español, bajo rótulos más o menos académicos y con mal disimulados propósitos más que nada lucrativos. Sin embargo, bien asesorado, me inscribí como estudiante de posgrado en el Curso Superior de Filología Española, que tenía lugar en Málaga: un breve pero intenso y completísimo programa de estudios avanzados, a base de ciclos monográficos de tres o cuatro conferencias, a cargo de la "flor y nata" del hispanismo europeo y americano, que acudía todos años a la ciudad andaluza gracias a la capacidad de convocatoria, al don de gentes y a la inagotable energía del animador de dicho Curso..., el inolvidable profesor Manuel Alvar. En aquel verano de 1987, por ejemplo, tuve el privilegio de escuchar, entre otros, a Juan Bautista Avalle-Arce, sobre Cervantes y sobre la novela de caballerías; a Cristóbal Cuevas, sobre el simbolismo del Bestiario en Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, a Ricardo Gullón, sobre la novela española contemporánea; a Margherita Morreale, sobre el Libro de Buen Amor...; y, en el campo de la lingüística, al propio Manuel Alvar, sobre dialectología andaluza; a Humberto López Morales, sobre Sociolingüística; a Bernard Pottier, sobre Semántica; a Graciela Reyes, sobre el "dialogismo" en la lengua y la literatura... Y last but not least, a mi compatriota Eugenio Coseriu, hablando sobre "Guillermo von Humbold como filósofo del lenguaje".Su nombre me era conocido desde hacía varios años, pues pertenecía a aquel pequeño "santoral" de rumanos exitosos en diversas ramas del saber y del arte, cuyos logros en el "mundo libre" solíamos evocar con una pizca de narcisimo consolador desde nuestras existencias malogradas. Específicamente, a Eugenio Coseriu lo mencionaba y citaba a menudo, con afecto y orgullo de maestro, el académico Iorgu Iordan, "decano" de edad y saber de la romanística rumana. Del profesor Iordan, quien (a distancia de casi dos generaciones) también fuera mi maestro, supe que en el ambiente científico hispánico Coseriu pasaba por el más destacado teórico del lenguaje en todo el siglo 20, después de Ferdinand de Saussure. Por otro lado, pese a que mis preferencias iban más bien en dirección a la literatura, mi preocupación por la traducción y las doctrinas traductológicas me empujó a interesarme en ciertos aspectos de lingüística teórica, como por ejemplo el modelo tripartito coseriano (Sistema / Norma / Habla) que venía a reformar a fondo, ya que no a revolucionar la bipartición saussureana (Langue / Parole). Fue también Iorgu Iordan quien mi facilitó el acceso directo a tal problemática, al prestarme y luego regalarme el libro de su antiguo alumno sobre Teoría del lenguaje y lingüística general (ed. Gredos, 1962).Se entiende, pues, que tenía todos los motivos del mundo para aguardar el encuentro con Eugenio Coseriu con impaciencia y emoción. Encuentro que, al producirse, superó todas mis espectativas, pues su palabra viva tenía, como la escrita, el carisma nada efectista sino efectivo de la claridad, que - según Ortega y Gasset - es "la cortesía del filósofo". Pero de ello ya deben de haber hablado, con profusión y propiedad, quienes de verdad conocieron a Coseriu en su hipóstasis pedagógica. A mí me interesa destacar aquí un detalle colateral, si se quiere, pero cuyo aspecto humano tuvo sobre mí un impacto muy especial.Finalizada la primera conferencia, me acerque al profesor, quien estaba recogiendo sus papeles al tiempo que contestaba preguntas de los estudiantes, y le dije: - Señor Coseriu, no puedo resistir la tentación de saludarle en rumano. Sorprendido de oír los sonidos de la lengua materna en el otro extremo de Europa, me lanzó un ¿ Quién es Usted ? bastante difidente. Comprendí perfectamente el porqué. En aquellos años, el rumano "normal" vivía cautivo dentro de su país cautivo; quienes podían circular fuera de él era muy probable que perteneciesen a la categoría de los privilegiados o, peor aun, de los espías del régimen. (Se hablaba mucho, por ejemplo, y no sin razón, de los esfuerzos de los servicios secretos de la dictadura por infiltrar los círculos de la diáspora, con el propósito de "recuperar" a sus representantes más destacados, vale decir manipularlos como agentes de influencia). Por tanto me apresuré a declararle mi nombre y apellido, y añadí enseguida que procedía de Grecia, donde estaba residiendo desde hacía ya casi dos años. Vi borrarse de su figura la expresión de contrariedad, para dejar lugar a una sonrisa afable. - Ya le localizo, me dijo, aunque pensaba que era mayor. ¿ No publicó Usted en Secolul 20 *, en 1977, un ensayo sobre Cavafis, visto desde la teoría de la traducción ? – Sí, le contesté intimidado. – Pues sepa que lo he leído, lo encontré interesante, e incluso lo cité en un artículo mío de tema cavafiano. Acto seguido sacó de su cartera y me ofreció un separatum en alemán, que contenía el estudio respectivo, donde mi modesta interpretación de hacía ya diez años venía tachada, con (demasiada) generosidad, de "breve pero excelente" [knappe, aber vorzügliche] **.Difícilmente podría describir - y aún más difícilmente comprendería un tercero – el efecto benéfico (¡ casi terapéutico !) que tuvieron las palabras y el gesto del profesor Coseriu sobre un Ego desconcertado e inseguro, fragilizado por la circun-stancia, acosado por dudas y no poco Selbsthass ['odio de sí mismo'], como mi pobre Yo en los comienzos de su desarraigo. Desde entonces han pasado otros tres lustros, durante los cuales he ido reconciliándome con el exilio, e incluso he aprendido a sacarle provecho. Mirando atrás, he dado muchas veces en pensar que, si todo este tiempo he encontrado la fuerza de "seguir en la brecha", si no he sucumbido al desclasamiento intelectual (tentación muy fuerte para el emigrante del Este, sobre todo cuando parece ser el precio de una mejora significativa de su condición económica), ello se debe en gran medida al espaldarazo recibido por parte de Eugenio Coseriu, at the right moment, en aquel ya remoto verano malagueño. Nunca se lo comenté, ni siquiera en primavera de 2001, cuando el profesor Coseriu llegó como invitado, a dictar un ciclo de conferencias magistrales en el marco del "Programa de Posgrado (master) en Traducción-Traductología", que acababa de inaugurarse en la Universidad de Atenas. Hubiera sido la ocasión idónea, pues esa segunda vez nos encontrábamos en collègues, y a mi modo de ver ello tenía mucha relación con el primer encuentro (que acabo de evocar). Por una discreción que hoy lamento, dejé pasar la oportunidad, y otra no hubo, pues Eugenio Coseriu ya no es de este mundo. ¡ En donde esté, que le acompañe mi piedad agradecida !
* Siglo 20: revista bucarestina de literatura universal, que gozó de mucho éxito y prestigio en los años 70-80. Actualmente se titula Secolul 21 ['Siglo 21'].** Eugenio Coseriu, «Die Ausdrucklücke als Ausdruckverfahren (Textlinguistische Übung zu einem Gedicht von Kavafis)», en „Sinnlichkeit in Bild und Klang". Festschrift für Paul Hoffmann zum 70. Geburtstag, Stuttgart, Hans-Dieter Heinz Akademischer Verlag, 1987, pág. 380.
by Victor Ivanovici