...Camino extraviado, vereda perdida, vereda olvidada, vía serpenteante, vía errada, vía desviada, camino perdido, sendero extraviado, sendero extraviado con motivo de puntos, sendero extraviado con flores, sendero extraviado con soles, sendero extraviado con mallas, vía láctea, camino de Santiago, trocha, río, ríos, ríos bifurcados, ríos rotos, torrente, ola, onda del agua, serpiente, nido en el bosque, calles de aldea, las enfadadas, el relámpago, el caracol, las patas de la grulla, los cuernos del carnero, la zoga, los nudos, el gancho, el garabato, el cayado del pastor, la estrella del pastor, el aspa, la araña, el extraviado... Bajo la brillante envoltura de la metáfora o del juego que alude a los datos de lo real, tales denominaciones se refieren a un motivo muy frecuente en la creación popular rumana, sobre el amplio telón de fondo del arte del Sudeste de Europa. Se trata, por lo general, de una línea sinuosa, de una idea gráfica que evita lo directo, para marcar un itinerario físico y espiritual que transmite una clara voluntad cognitiva. Lo que llama en primer término la atención en la fisionomía de los motivos denominados con semejante imaginación poética prodigiosa es que los mismos se sitúan bajo la misma tutela de un viaje-descubrimiento de tensiones bipolares, de esencial importancia en la expresión ideática de la creación. Así, encontramos, por un lado, morfologías derivadas de la espiral, representación de los principios diurnos, solares y, por otro lado, morfologías que se derivan del meandro, que hace una ligazón con lo nocturno, lo selénico y los espacios subterráneos. Aunque la espiral sea por lo común portadora de otros programas espirituales, se dan bastantes casos en que, por el lugar que ocupa en la composición, se asemeja al trayecto laberíntico, motivo por el cual podría originar la afirmación de que "representa la primera aproximación del dibujo laberíntico"1. Tal como se presenta en el presente, como resultado del impacto entre las fuerzas conservadoras y las tendencias de reedificación morfológica2, en la actualidad, de la expresión popular, el sistema de representaciones ya no conserva, desde luego, su "pureza". La mayoría de las veces la presión del elemento novador se fija en el detalle, en el motivo, pero también es cierto que la síntaxis ornamental , el orden significativo de los motivos resulta modificado. Pero al seguir la circulación reciente de los motivos, asei como su configuración arcaica (mediante la investigación arqueológica del repertorio de signos decorativos y simbólicos) sí podemos sobrepasar los efectos superficiales de la estructura decorativa y penetrar en la intimidad de la carga simbólica. En esta labor no hay que extrañarse por la ambiguedad de unos motivos, la falta de decisión de unos signos que pueden atribuirse por turno a lo abstracto y a lo figurativo, en una amplia serie de categorías determinadas por tendencias geomórficas o fisiomórficas. Hasta se da una confusión necesaria y programada entre una forma geométrica y otra forma que representa una realidad objetual, pero que – merced a un progresivo proceso de estilización, de eliminación de los detalles no esenciales hasta adquirir el esquema duradero e irreductible – puede resultar como construcción geométrica pura. Es el caso, por ejemplo, de la representación del sol por un círculo, modalidad prestada del alfabeto geométrico de la abstracción. En una realidad tan compleja como el arte popular – en realidad el aparato ornamental de los objetos procedentes de un universo cultural constituido a lo largo y sobre la base de una experiencia milenaria –, resultan normales y plenamente justificadas las llamadas de vocablos plásticos muy diferentes para constituirse en un discurso coherente, de clara finalidad. Tal situación hay que tener en cuenta si encontramos, en el mismo orden simbólico, la espiral y el meandro, signos por lo demás divergentes, situados en planos diferentes, opuestos por su propia esencia. En este enfoque nuestro consideramos tanto la espiral – en trayecto centrípeto o espiral abierta, continua, corrediza, que cambia de sentido tras cada medio círculo – como el meandro transcripciones gráficas de un camino, de un viaje más allá de las apariencias, en un espacio del cual la conciencia humana puede volver, enriquecida. A menudo, en la tradición popular, llevan los mismos nombres (sendero extraviado, camino perdido, vía errada, etc.) mas no opinamos que las denominaciones – determinadas, por supuesto, por los ecos literarios de los acontecimientos históricos y espirituales – originen la confusión entre "la escritura" positiva, que clama la luz y lo racional, del desarrollo de la espiral, y el sentido negativo, que invoca la peregrinación en los territorios de las tinieblas y lo irracional, del meandro. Nos parece más bien que las denominaciones – la elasticidad de la aproximación poética llevada allende los límites de cierta realidad – expresan confusiones ya instaladas en el modo de tratar el material simbólico, a lo largo de la permanente reescritura del mensaje inicial. Por cierto, resulta difícil establecer las causas y los límites temporales de este proceso de contaminación de diferentes morfologeias, de compenetración de funciones espirituales. Ello sucedió en tiempos remotos y la perpetua actualización de la creación popular vuelve aún más difícil de penetrar los mecanismos de las transformaciones producidas hace tiempo en la creación popular. Evidente es la aparición, en cierto momento, de tendencias entrópicas, capaces de desestabilizar la función de algún motivo, determinando que el mismo sea tragado por otros flujos expresivos. Los caminos que representan el meandro y la espiral pueden tener, desde el punto de vista de su evaluación filosófica, una orientación común hacia la superación de lo contingente, una disposición de nuestro espíritu de acceder, mediante un gran esfuerzo cognitivo, a las realidades del mundo y a las realidades propias. Pero además de este sentido sus motivaciones profundas son otras, situadas en diferentes niveles de la experiencia. El meandro y la espiral pertenecen a peldaños distintos del conocimiento, expresan, en esencia, aptitudes especiales para ver la realidad somo siendo de esencia divina, relevable tan sólo por el viaje iniciático por un trayecto lleno de obstáculos hacia el centro-esencia de las cosas, así como por el enfoque del mundo en sus datos materiales, inmuables, en condiciones de ser asimilados a través de un esfuerzo de conocimiento histórico, del tipo linear. El meandro, tan frecuente en el decorado de los barros neolíticos, luego presente en los más diversos dominios del arte popular – cerámica, textiles, entallado en madera, etc. – , enseña, aun cuando no lleva hacia un centro misterioso, su índole laberíntica. Ya antes de la construcción del palacio de Cnosos del rey Minos3, donde el laberinto tiene su primera expresión arquitectónica, la idea del viaje laberíntico, del descenso al "otro mundo" tuvo, opinamos, una larga vida literaria. Hasta fue representada en trabajos de pequeña envergadura, porque lo que parece que importara más en esta edad de la humanidad no fue el objeto, el trayecto que presentara el laberinto, sino que el ejercicio de la adentración en el laberinto. Su figuración simbólica, luego la orientación de la meditación en este sentido tenían – como lo enseñan numerosas investigaciones de antropología primitiva – un valor operacional y un efecto patente, porque toda la acción se situaba con firmeza en los parámetros y las convenciones de la existencia espiritual. Aún desde el período tardío de la edad de piedra – en realidad la edad de cobre y piedra, que los investigadores llaman neoeneolítico, o eneolítico, o neolítico reciente o tardío –, en el territorio de Rumanía se conservan depósitos de cerámica en cuyo decorado predomina el meandro. Los barros de la cultura Cris-Starcevo – considerada la meas antigua cultura neolítica de esta parte de Europa – presentan un decorado en forma de meandros, claramente dibujado en bandas blancas sobre fondo rojo. A veces los espacios creados por la línea doble tienen pintura de color marrón, subrayando el carácter laberíntico de la composición. Evitando la evolución simétrica, los meandros (y muy raras veces ls espirales, que parecen más bien el resultado de ablandar, de redondear los elementos angulares de los meandros) ocupan toda la superficie de los barros. Pero no se trata ni mucho menos de la acción torturante de un horror vacui. La "envoltura" de meandros tiende, eso sí, de ocupar la parte visible del barro, mas no como un ejercicio destinado a llenar un campo vacío de presencias materiales, sino como resultado del deseo de crear una determinada identidad simbólica, un determinado tipo de habitación del espacio. Al penetrar en el área de nuestro país poco tiempo después de la cultura Cris-Starcevo, la llamada cultura de la cerámica linear (o cerámica en bandas – "Bandkeramik") presenta su decorado en bandas paralelas o espirales. Pero existe un caso – un barro de Tirpesti, en Moldavia – que tiene tipología de meandros. Este barro, escribe Vladimir Dumitrescu, "tiene su decorado distribuido en metopas, algunas con un motivo de casi meandros (o sea espirales angulares), otras con líneas arqueadas paralelas por horizontal, con cabos en las extremidades, es decir una ornamentación que nada puede atribuirse al estilo fluidizo pues se liga al de los cuadros".4 También en las siguientes fases del neolítico – las culturas Vinca-Turdas, Vadastra, Boian, Gumelnita, Tisa, petresti, Cucuteni – el meandro prevalece en la cerámica, siendo, según Radu Florescu, un "motivo característico del sistema ornamental espiral-meandro".5 Una situación explícita del meandro en un esquema laberíntico se da en un barro de la cultura Vadastra, vuelto célebre bajo el nombre de Figurilla grande. La parte frontal del barro antropomorfo, o sea el pecho del personaje representado, está cubierta de un meandro amplio, situado entre otros, interrumpidos todos tan sólo por los límites del barro. Las ranuras resultadas de la excisión estean rellenadas por un material blanco, que marca la zona reservada al trayecto laberíntico. Este meandro grande – mejor dicho, este núcleo de meandro situado en medio de un tejido de meandros – que aparece en esta parte de la figurilla habla, por supuesto, de antiguas creencias orientales, llegadas a las culturas europeas, según las cuales la esencia humana, la fuerza espiritual y física se hallan en el pecho del hombre. Pero acceder a estas energías vitales no está al alcance de todos, pues entre el individuo y la esencia de los fenómenos de la vida se interpone un laberinto, en realidad una suma de pruebas, de instancias purificadoras del héroe-conciencia. La entrada o, según el caso, la salida del laberinto, eso es la travesía de aquella parte del viaje lleno de obstáculos, es un acto necesario del espíritu humano en su aspiración al cumplimiento. Las funciones formativas y purificadoras del laberinto de la mentalidad del mundo arcaico han venido depositándose lentamente en estructuras mitológicas de índole literaria y se han materializado, en la divisoria entre la prehistoria y la historia, en grandes construcciones laberínticas. No sólo el famoso palacio de los reyes minóicos fue pertrechado (en realidad, "duplicado" con una "faz" complementaria) con un laberinto sino también otras construcciones, consideradas, hasta quedar en claro esta verdad, personificaciones del orden clásico, de la victoria del esfuerzo racional y constructivo del ser humano. Asi, laberintos se descubrieron en los fundamentos de algunas pirámides egipcias, bajo la Acrópolis ateniense, bajo la tumba romana de Augusto. En los pavimentos del antiguo teatro griego de Atenas o de catedrales erigidas en la Edad Media. Tratando de definir el laberinto en las culturas antiguas, Gustav René Hocke alude a los resultados de un estudio de Mattews, llegando a la conclusión de que tenemos que ver con "una metáfora unificadora para lo calculable y lo incalculable en el mundo".6 La aparición de estas construcciones laberínticas, acompañadas a lo largo del tiempo por representaciones figurativas (por ejemplo la escena de matar Teseo el Minotauro, que aparece en la cerámica griega) significa que el viaje iniciático pasaba de un estado espiritual e ideal a una realidad del viaje ritual. La salvación puede ser el viaje a la "ciudad santa", la Meca para los musulmanes o Jerusalén para los cristianos, todos aquellos peregrinajes llenos de privaciones y autolimitaciones, reemplazados, cunado los eventos históricos se sobreponen a los escenarios rituales, por las cruzadas. Pero las representaciones simbólicas del viaje laberíntico no agotan sus significados, aun cuando, en la práctica social, se pasaba a formas concretas de laberintos. Fuerzas mucho más pudientes – aquellas que mueven a los héroes de las epopeyas populares y de los cuentos de hadas – aseguran la perpetuación de tales representaciones que forman parte del fondo principal del lenguaje decorativo y simbólico. Vuelto permanente, por efecto de la inercia, por una imperiosa capacidad de repetición multiplicadora, el motivo del laberinto aparece en su forma integral, con recorrido circular o rectangular o, la mayoría de las veces, en una forma abreviada. En una serie infinita de hipóstasis, el camino perdido (o el sendero perdido, el camino olvidado, el sendero desviado, etc.) evoca la imagen de una aspiración inmemorial a abrir las puertas del "más allá", a penetrar en los misterios que envuelven la vida y la muerte, en ciclos ritmados de energías cósmicas. En la hermosura poética que los campesinos rumanos dieron a estos caligramas llegan – no como decaimientos de su propiedad mítica, sino como expresión del fenómeno de homogeneización cultural – los principios básicos del laberinto, sus motivaciones y su modo de funcionamiento: en las equivalencias lingüísticas de los signos laberínticos reconocemos el carácter necesario del viaje lleno de obstáculos, el hecho de que tan sólo la vía que da rodeos lleva a la esencia de las cosas, que si no salimos del laberinto eso se debe sea a nuetra impermeabilidad frente a la experiencia, sea que hemos pasado a un territorio sin vuelta, al cabo de un "camino extraviado" – inremeabilis error. Ciertos caminos – las patas del grullo – remiten al pájaro que tiene funciones psicopompas en los cuentos de hadas y la mitología. La tradición dice que en el laberinto de Minos se bailaba una "danza del grullo", baile sinuoso, de movimientos circulares.7 El complejo que se crea de la asociación del mundo subterráneo con los seres del aire permite el paso de un dominio a otro, de una edad a otra, de la vida a la muerte y de la muerte a la vida. A veces, el tejido laberíntico de los caminos subterráneos cobra el aspecto de los espacios purificadores – lugar de oración o tumba – de las catacumbas de Kiev o ciertas formas de la arquitectura transcaucasianas. Al tocar este aspecto del "gran camino" donde el laberinto presenta en sumo grado su esencia mística, cabe retener algunas hipótesis de la vía extraviada en la literatura popular del espacio cultural que estamos investigando. Entre "el mundo con saudade" y "el mundo sin saudade", la imaginación popular sitúa un sistema de aberturas y obstrucciones, de puentes y obstáculos, en función de las finalidades del peregrinaje. A la hora de la iniciación suprema, al "peregrino" se le aconseja invocar, antes de todo, una dilatación del tiempo, para poder desprenderse de lo contingente: "Ruega al santo sol/ que alargue el día/ para que te despidas de todos/ de tus hermanos y tus hermanas/ del jardín lleno de flores".8 El que se queda en el fragor de la vida sabe que, mientras siga bajo el poder del sol, no podrá vencer los obstáculos que separan los dos territorios: "Adonde tú llegas/ no podré llegar yo./ Sé que no queda lejos/ mas no podré llegar/ pues los caminos están embrollados", pero le indica al que se va un "camino extraviado con flores", solidario con la |vía extraviada con soles", con el camino indestructible de los astros, donde podría volver a encontrar a sus predecesores: "Por la vía sin retorno/ sigas un sendero/ no aquel espinado/ donde están los extranjeros/ sino el de las flores/ para dar con los inmortales".9
Confrontado con los "caminos embrollados", el espíritu humano recobra de la escoria del uso del tiempo los "recuerdos" de unos procedimientos míticos salvadores. En las aldeas del Norte de Moldavia se conserva aún la costumbre de cortar una mecha del cabello del "peregrino" que se va para que se coloque en el alero de la casa o en el jardín. En los lamentos que acompañan el difunto, a veces se le pide que deje atreas "un hilo" para mantener la comunicación con la familia: "Novia mía, rosa mía/ déjame un hilo/ para ponerlo en el jardín/ mientras llore por tí/ para ponerlo en el campo/ mientras llore con saudade".10 Otras veces, en los muros impenetrables del más allá se proyecta la abertura operada por el hilo de seda, sea bajo la forma de una puerta, sea de una escalera, implicando el sentido ascendente y descendente: "Ruega a los cavadores/ que te caven una tumba con flores/ que te hagan una puerta de seda/ para que vuelvas a veces a casa".11 Desprenderse de la infancia y entrar en la madurez significa no sólo superar un umbral de edad, sino también asumirse una nueva actitud ante la vida, concienciar responsabilidades sociales y culturales para las cuales uno debe ser preparado. En su camino el héroe se encara con peligros (obstáculos) que, según las exigencias de la narración, tienen sentido creciente o decreciente. Las bifurcaciones del camino hacen que el héroe se halle cada vez en la situación de las opciones iniciáticas. En los tres palacios – de cobre, de plata y de oro – el poder del dragón es creciente. Asimismo, los endriagos encontrados en el camino tienen, en orden, tres, siete o nueve cabezas. Si una prueba resulta infranqueable por motivos objetivos, la imaginación y, a la vez, el rigor de las costumbres imponen otras pruebas, más numerosas pero posibles. Por ejemplo, en el mundo islámico de Túnez, el camino ritual a la Mecapuede reemplazarse por ciete caminos a Khairuan. De igual modo procedió la Europa cristiana con los que, a causa de la pobreza o de una enfermedad, no podían emprender el peregrinaje a Jerusalén. Es una situación que define muy bien Paolo Santarcangeli en El libro de los laberintos: "... Por un procedimiento intelectual típicamente medieval y aplicando más concretamente la interpretación simbólica del viaje lleno de obstáculos, fue imaginada la figuración el pavimento de las catedrales de un recorrido que, en un área limitada, contenía un camino largo y engañoso, tanto material como simbólicamente. Así nacieron los laberintos de las iglesias".13 Este cambio del sentido del viaje iniciático – del adentrarse en el laberinto que esconde en su centro los seres y los signos, y sobre todo, los reveladores, al aceptar la tentación del horizonte – parece haberse producido primero en los mismos ambientes del mar Egeo, donde la isla y la polis instituyen el camino por la vertical, mientras el mar permanece eternamente abierto a las peregrinaciones horizontales, pero es de suponer que es inminente para todas las colectividades humanas. Lo que incluye en la casi totalidad de las áreas culturales el "viaje lleno de obstáculos" situado más allá del horizonte es, creo, la ampliación de los procesos cognitivos, el sentimiento de la existencia en un cuadro natural mucho más vasto y que debe ser tomado en posesión. Si las necesidades cognitivas no se apoyan en una estructura cultural sino que derivan de urgencias surgidas de una manera brusca y catastrofal (es el caso de las incansables migraciones del inmenso escenario eurasiático de los comienzos de la historia), los meandros y las espirales de índole laberíntica pierden su capacidad de simbolizar el viaje ritual. Al deshacerse el núcleo laberíntico (el caso del mencionado barro antropomorfo de Vadastra) se pierde la propia cursividad del meandro o de las espirales encadenadas. Incluso si tales motivos aparecen en la cerámica14, los textiles o la madera esculpida, las discontinuidades evidentes ya no evocan un viaje iniciático sino más bien fragmentos de este viaje que la memoria colectiva se niega a dar por completo al olvido. No es difícil ahora, por supuesto, comprender cómo se desestabilizaron los motivos ligados a los viajes iniciáticos en el caso de colectividades puestas violentamente en movimiento por caminos absolutamente imprevisibles, pero con la esperanza de sobrevivir. Importante para nuestra intención de "leer" en el adorno de meandros y espirales lo que pudo permanecer de las figuraciones arcaicas del viaje, es inclusive la ambigüedad que llega a instalarse entre el laberinto cerrado y el laberinto abierto (por el cual designamos, al tomarnos una licencia, lo infinito del mundo de más allá de las fronteras alcanzadas por la experiencia). Inremeabilis error – esta vía sin vuelta atrás que el espíritu poético anónimo llamó camino perdido, sendero olvidado, sendero extraviado con flores, etc. – se confunde en las morfologías llegadas hasta nosotros gracias a las fuerzas conservadoras del arte popular, con el camino a través del mundo, en el cual las dificultades, los peligros, incluso el accidente fatal son no sólo posibles, sino hasta necesarios, pues contienen en el su propia motivación el necesario deseo y las posibilidades de regreso, de recuperar, desde las posiciones superiores del conocimiento, el papel reservado por los "escenarios" establecidos por el tiempo. En este tipo de sendero desviado el significado se aleja del sentido primario de extraviarse, de perder los puntos de referencia para orientarse, conocidos por cierto en el momento de instituir el trayecto lleno de obstáculos pero "olvidados" por falta de ejercicio ritual o por el enajenamiento del individuo en las condiciones de las nuevas evoluciones históricas. La noción de camino desviado o de camino perdido empieza a incluir asimismo los intentos de hundirse en el universo tangible sin probar todavía por los antecesores, pues irreconocibles en los archivos de la memoria. Ahora el horizonte se abre para una nueva aventura, para una investigación, para ua inserción duradera del gesto investigador. Ya no se trata de la recuperación (fácil o difícil) de una realidad con la cual la memoria mítica se confunde, sino de la anexión de nuevas zonas de lo real, de la ampliación, en otras palabras, del esfuerzo de conocimiento. Acción que puede ser marcada por una serie de puntos de referencia visibles y recognoscibles (al menos al nivel de la colectividad que los creó). En un sentido profundo, esta acción tiene una función cultural que le asegura en igual medida el nacimiento y la existencia. Un ejemplo de recorrido marcado por razones culturales lo ofrecen las series de menhires que "viajan" del Medio Oriente y el Norte de Africa a las costas del Mediterráneo o del Atlántico de Iberia, a Inglaterra o a las tierras germánicas. Cuando no entran en la composición de túmulos (dolmenes) o no delimitan una superficie de indiscutibles destinaciones rituales (crónlechs), tales megalitos "parecen representar puntos de referencia", opina Guido A. Mansuelli en un estudio consagrado a las antiguas civilizaciones europeas.15 Opino que en el caso de los menhires tenemos que ver con una perfecta conjunción de los atributos sagrados y mnemotécnicos, puesto que los circuitos designados por los enormes pilares de piedra pertenecen a un modo organizado de habitación en un espacio. Para asentar semejantes puntos de referencia había que tener el sentimiento de la posesión del lugar, indiferentemente de las partidas ocasionadas por las obligaciones rituales o por el ritmo de las trashumancias, extendidas por encima del ciclo de las estaciones del año, a dimensiones continentales. Se habrá establecido una comunicación de índole cultural entre el acto de viajar y el espacio del viaje. En ausencia de tal habitación cultural de cierto territorio (hemos mencionado ya las migraciones puestas en movimiento por fenómenos catastrofales), el intento de memorizar carece de sentido, los territorios que atraviesan o donde se detienen por un momento las estirpes en movimiento quedan un desierto sin acabar y abstracto. En el momento de aceptar el laberinto abierto, junto con la confusión deliberada entre el patrimonio espiritual todavía sin conocer y la realidad que se ofrece por primera vez a la percepción, se produce una transformación esencial de la actitud para con el mundo. El apego a los valores tradicionales, a los depósitos de misterio del pasado disminuye en favcr de los procesos racionales, surgidos directamente de la confianza en el enfoque empírico de la realidad. Llegados hasta nosotros desde las prfundidades sin sondear del tiempo, los motivos laberínticos – enteros o fragmentarios – representan la figuración plástica meas adecuada del camino, de la voluntad humana de apropiarse el universo tangible e intangible. Se trata de un camino hacia sí mismo y de uno fuera de sí mismo. Un camino por el Cosmos (en la multitud de estrellas se leen a menudo los signos de la "vía extraviada" bajo el signo de la eternidad), un camino por las edades humanas (la vía extraviada se encuentra a menudo en los huevos pascales pintados que se envían río abajo, al mundo de más allá, en memoria de los difuntos), un camino por la propia realidad espiritual y por la propia historia. Un camino que, a veces, significa recobrar un mundo "perdido" u "olvidado" – un mundo lleno de grandeza, brillo, misterio, construido según modelos "heroicos" – y otras veces trata de hacer luz en las zonas desconocidas, de integrar la terra incognita entre ls realidades familiares, de descubrir el semblante de un mundo que nuestros ensueños y nuestras invenciones encubrieron de una fauna lujuriante y una flora fantástica.
NOTAS 1. Paolo Santarcangeli, Cartea labirinturilor / Libro de los laberintos, Bucarest, 1974, I tomo, p. 61. 2. Nicolae Dunare, Ornamentica traditionala comparata / Ornamentación tradicional comparada, Bucarest, 1979, p. 22. 3. Con la presentación del palacio de Cnosos empieza Santarcangeli su Libro de los laberintos. Mientras la entrada de la parte visible del palacio tiene como emblema al Toro – principio solar –, la de los niveles subterráneos, "el reino del misterio", de la desesperación, del cambio y el redescubrimiento de sí mismo y de la libertad , está vigilada por el "labrys", el hacha de doble fila de donde viene probablemente la palabra laberinto. 4. Vladimir Dumitrescu, Arta preistorica in Romania / Arte prehistórico en Rumanía, Bucarest, 1974, p. 36. 5. Radu Florescu, Hadrian Daicoviciu, Lucian Rosu, Dictionar enciclopedic de arta veche a Romaniei / Diccionario enciclopédico de arte antiguo de Ruanía, Bucarest, 1980, p. 218. 6. Gustav René Hocke, Lumea ca labirint / El mundo como laberinto, Bucarest, 1973, p. 177. 7. Paolo Santarcangeli, op. cit. , p. 43. 8. Petru Caraman, Literatura populara, cuadernos del Archivo de Folclore, tomo III, Iasi, 1982, p. 150. 9. I. H. Ciubotaru, Loclorul obiceiurilor familiale din Moldova / Folclore de las costumbres familiares de Moldavia, cuadernos del Archivo de Folclore, tomo VII, Iasi, 1986, p. 69. 10. Ibidem, p. 301. 11. Petru Caraman, Literatura popular..., p. 147. 12. Cu Floarea, en el tomo de Ovidiu Barlea Antología de prosa popular épica, I tomo, Bucarest, 1966, pp. 591-606. 13. Paolo Arcangeli, op. cit. , p. 83. 14. "En los barros de los centros de alfareros de Valaquia aparece con bastante frecuencia el laberinto, así como el motivo de la serpiente", Ion Vladutiu, Etnografía rumana. Historial, cultura material, costumbres, Bucarest, 1973, p. 388. 15. Guido Mansuelli, Civilizaciones de la antigua Europa, Bucarest, 1978, p. 70. (del tomo MIRADA AL ARTE POPULAR RUMANO, II edición en vías de aparición en la Editorial Meridiane)
Este hilo de propiedades mágicas de un arcaismo evidente incluye en su contenido simbólico la fascinación del vellocino de oro, que conduce a los argonautas por un itinerario fantástico, asei como el misterio de la vuelta del laberinto. Dado que el trayecto del viaje esencial es solidario con el hilo, la mentalidad popular instituye y elimina obstáculos, acepta o rechaza el nudo, según la opacidad y la transparencia que considera necesarias entre los dos mundos. El sembrar el camino con obstáculos o embrollos es – desde la perspectiva de las posibles erupciones del mundo de más allá, de posibles inmixtiones en condiciones de turbar el orden de las cosas – el resultado de una acción consciente. En el Norte de Moldavia se conserva el recuerdo de la costumbre de sustraer al niño enfermo a las instancias maléficas. El niño es "vendido" por la ventana, vestido en otra ropa que la habitual, o devuelto "por otra vía", "bajo otro nombre" – conque después de un renacimiento ritual. Sacar al difunto por la ventana o por otra abertura de la pared, no por la puerta, es la modalidad por la cual la heroína de un cuento de hadas logra esconderse para que no la encuentre el dragón y poder empezar después una vida nueva. Le pide a sus padres que, después de morir, la saquen por un hoyo del muro de atrás, no por la puerta, que no la saquen al camino y la entierren al lado del cementerio.12 Semejante "camino no trillado" asegura una opacidad perfecta entre el espíritu peregrino – en la muerte o destinado a la felicidad – y las fuerzas maléficas. En el substrato de la realidad designada por términos como la vía perdida, el sendero desviado, el camino extraviado, etc. ha venido depositándose también otro sentido, que no se deriva dela concepción del laberinto como figuración ritual del mundo de más allá. Este sentido deriva igualmente de las preacticas iniciáticas, mas no considera necesaria la tensión hacia el centro, hacia la esencia de la realidad, sino hace hincapié en el carácter de obstáculo del esfuerzo de conocimiento, de toma en posesión de la realidad. El camino a través de la inmensa extensión de lo tangible está salpicado de vueltas y bifurcaciones inesperadas, regresos engañosos, toda clase de pruebas que el héroe-conciencia debe aprobar si quiere avanzar de veras. Tal camino – por lo demás muy semejante al laberinto – puede atravesar grandes espacios, con regiones extrañas e inhospitalarias no sólo en lo que concierne a los accidentes de terreno, tambien a la posibilidad de aparecer unos seres humanos o mitológicos que defienden la pureza y el misterio de dichos territorios. Las aventuras – dicho de otro modo: el programa iniciático del héroe – suceden necesariamente en otros imperios, "más allá de los mares y los países", o sea más allá de los personajes, las costumbres y los ritmos temporales y espaciales conocidos.
by Constantin Prut