Mascaras Para El Rostro Del Mundo

„Amer savoir, celui qu'on tire du voyage ! Le monde monotone et petit, aujourd'hui, Hier, demain, toujours, nous fait voir notre image: Une oisis d'horreur dans un désert d'ennui ! (Ch. Baudelaire, Le voyage) („ ¡Amarga enseňanza que uno saca del viaje!/ El mundo monótono y pequeňo, hoy/ Ayer, maňana, siempre nos hace ver nuestra imagen:/ Un oasis de horror en un desierto de disgustos!") El viaje que realizamos desde el primer encuentro con la luz hasta la caída de la gran noche, marcada por fronteras, dentro de las cuales algo ocurre – como en la vida humana – nos va cambiando el rostro de niño (con que surgimos) por otro de joven y depués por otro, de adulto y si al tiempo le queda paciencia, nos despertamos en una telaraňa de arrugas, achaques y sombras. Tan solo el alma – niño eterno – sigue revoloteando por el camino sin vuelta atrás. Pero dondequiera que pase, verá el rostro del mundo con el rostro que es nada más y nada menos que el nuestro, de cada uno. El mundo monótono, menudo ha tenido, tiene y tendrá un rostro, parecido al nuestro, cual „un oasis de horror en un océano de disgustos'. Es entonces cuando se aparecen ellos, los artistas, a dar a las muecas una sombra de sonrisa, a la lágrima – la claridad del rocío, a lo feo – afeites rosáceos y al grito - arcanos cierres, donde una ancha sonrisa, cual un reguero de sangre fresca que sacase su filo en las piedras de silencio. Tal artista es Florin Bârză, que ha escogido, para su 18a exposición personal (¡su "debut" en ese «teatro» que es el arte de los colores fue apenas en 1989! ), el Teatro de Comedia de Bucarest. ¿Acaso por el hecho de que Bucarest es durante ese mismo lapso algo parecido a un amplio escenario en que la comedia trágica, cuyos héroes e intérpretes somos todos, pone delante de nuestras miradas „máscaras sonrientes bien ajustadas a un carácter enemigo", donde „Dios" queda reducido a la idea de sombra, mientras „Patria" es apenas un efectillo, un acento que recae en una oración ? ¡ Cuán lejos de nuestros fines nos lleva el arte y tan cerca a nuestros fines nos trae ella misma ! La exposición de pintura, de Florin Bârză, en el Teatro de Comedia es una gestión filosófica, donde las sombras de antaňo van desfilando delante de nosotros, en un carnaval sin fin, en que no faltan reyes, emperadores, Talleyrand, ni payasos – otras máscaras de los mismos rostros, tan parecidos a nostros. Uno se asusta, se ríe agriamente, finge no reconocerse, mira a su alrededor mientras la conciencia da brinquitos. Claro que sí, se trata nada más y nada menos de los demás, jamás de nostros. Al pasar los dedos llenos de espanto por el rostro bien sabido, topamos con una máscara. Quisiéramos arrancarla. Como la máscara está bien agarrada al rostro, nos preparamos para otra… Y así en adelante, hasta el final. Las obras del artista Florin Bârză (nacido en 1956), licenciado en 1988 por el Instituto de Artes Plásticas "Nicolae Grigorescu" (entre sus maestros, el profesor Marius Cilievici e Ion Salisteanu, van por la línea de los creadores ebrios de belleza, que se proponen hacernos ver lo que se esconde mas allá de la cara visible del mundo.Su arte es una elocuente metáfora en que uno encuentra el mundo del viejo Will en el gran baile-carnaval de nuestro mundo que „ es como es y nosotros cual el mismo…" N.B. El año 1998 ha sido para el artista F.B. el año de su encuentro con la Divinidad. Su luz de ella pasará también a través de los vitrales del altar de la iglesia católica de rito griego „San Nicolás" de Satu Mare. LA CORRIDA CALLADA En el Instituto Cervantes de Bucarest se lleva a cabo una ceremonia secreta; el arte de la pintura está invitado a homenajear la lucha entre el hombre y la bestia, en que, desgraciadamente el primero no sale siempre vencedor, a lo mejor ni valdría la pena. El artista pintor Florin Bârză, tan presente en las galerías bucarestinas, ahora en su 22a exposición personal, tras habernos acostumbrado a sus payasos y „máscaras sonrientes bien sujetas" al extraňo rostro del mundo, nos ofrece esta vez una invitación a una corrida calada, donde en un ruedo amplio, cual un desierto, un hombre y un animal enfrentan la muerte que les pisa los talones. La silueta del hombre queda apenas esbozada, adivinada nada más en los matices pálidos de lo que debería haber sido un «hábito de luz». La del animal – fuerza bruta, arco negro traspasado por el filo de acero. Entre las dos, el rojo vivo – río caliente, frontera entre ser y no ser. Y la vida que sigue, al igual que la muerte – un ceremonial conmovedor en que los vencedores y los vencidos están de una y otra parte del río de sangre, para el gran paso. Llenas de dramatismo, pero guardando el sello del juego inocente (o acaso por ello mismo), las obras del pintor Florin Bârză – un Don Quijote errante en un mundo de espejos deformantes, que toma al toro por molino de viento y la capa por corraza – parecen ser canciones sin palabras, que recuerdan una vez más la lucha sin parar del hombre que quiere seguir siendo hombre entre los hombres. Apenas muy tarde, él, el hombre, llega a entender que la bestia ha sido tan sólo un truco y lo que de verdad habrá que matar es el maldito sueňo dela razón. * Florin Bârză pertenece a los pintores contemporáneos instalados en la edad adulta, para quienes el arte no es (apenas) una búsqueda; es un lenguaje a través del cual se expresan las angustias del mundo entero, cuando entre el bien y el mal hay cada vez menos espacio para la palabra. Formado en la escuela rumana de pintura (licenciado en 1988 en la Academia de Arte «Nicolae Grigorescu» de Bucarest; prof. Marius Cilievici e Ion Salisteanu), F. Bârză tiene realizados tambien frescos en la iglesia «Asunción» de Bucarest, en la Iglesia Ortodoxa de Odorheu, Satu Mare, así como tambien iconos en madera, vidrio y gráfica, manifestando tan disponibilidad para abordar temas que requieren un variado registro plástico. La exposición que ahora tiene en el Instituto Cervantes destaca por su alta coherencia al tratar los temas, de modo que cada obra parece ser un diálogo entre dos sombras con la luz de su alrededor, una luz neutra e indiferente, «inmortal y fría» para con el estrecho círculo de la fortuna-desgracia, en que gira nuestra existencia, cual una corrida callada, cuyo envite es la Muerte. Mientras, en el pasillo que lleva al salón, baila Carmen, la Dulcinea,símbolos del eterno femenino, gracias a lo cual el drama queda reducido a una sombra de sonrisa.


by Paula Romanescu