El año 1492, a la vez con el descubrimiento del Nuevo Mundo, ha representado un paso gigantesco en la historia de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, es la fecha de un acontecimiento que ha marcado profundamente y para siempre el futuro de España, ya que en aquel entonces los Reyes Católicos habían tomado la trágica decisión de expulsar a los judíos. Para los judíos españoles fue la fecha del comienzo de su gran éxodo por el mundo y el origen de fuertes lamentaciones, ya que los mismos consideraban a SEFARAD (España, en hebreo) no un país de exilio, sino una patria, pues ahí se habían establecido desde hacía más de 1500 años, constituyendo la mayor y más importante comunidad judía del mundo; los judeoespañoles gozaron de una fama bien merecida dentro de todo el universo hebraico; Toledo, por ejemplo, había llegado a ser conocido como la Jerusalén de Sefarad. Esta expulsión ha representado para nosotros, los judeoespañoles, uno de los más trágicos capítulos de nuestra historia y durante quinientos años desde la expulsión, Sefarad ha quedado para nosotros, en nuestra memoria colectiva, no sólo la tierra de la Inquisición y de muchas persecuciones y masacres que habían agitado toda la península a partir de 1391, sino también el hecho de que ahí tuvo lugar la EPOCA DORADA del judaísmo la cual coincidió con el esplendor del Califato de la Córdoba morisca; y luego, también por la intensidad especial de la vida judía en la Península. La cultura judía estaba ya bien arraigada en España a comienzos del siglo X, con la participación de una serie de precursores lingüistas y poetas. Los más brillantes momentos datan de los siglos XI y XII con los gigantescos Ibn Gabirol, Ibn Ezra, Jehudá Haleví y el más ilustre personaje del judaísmo de la era postalmúdica, Maimónides, el pensador, el filósofo y el codificador más prestigioso del judaísmo español, quien había nacido y trabajado en esa singular encrucijada de culturas y tradiciones. Dentro del judaísmo español no hay que subrayar sólo la creación literaria o científica. Es también necesario destacar a los cortesanos, a los altos funcionarios y a los especialistas en finanzas quienes han desarrollado un papel de primer rango en la historia de la España de aquel entonces. Basta con decir que entre ellos había ministros en los estados musulmanes o cristianos de la Península Ibérica, en una época en la cual los judíos del resto del mundo no podían ni siquiera soñar con algo parecido. El gran historiador español José Amador de los Ríos escribió en su magistral obra La historia de los judíos de España y Portugal: "Al abrir un libro de historia de la Península Ibérica, es difícil no encontrar un nombre o un acontecimiento memorable en todos los campos de actividad civil, religiosa, científica o literaria – que no tuviera relación con el pueblo judío y esto, a lo largo de casi dos mil años." Durante un corto lapso, todos los que se negaron a convertirse al catolicismo estuvieron obligados a separarse de su país. La mayoría de los expulsos salieron para Portugal, pero, un poco más tarde (1497), fueron echados de allí también y se dirigieron al Norte de África. Otros se fueron a Italia y Francia. A lo largo del siglo XVI, los judíos desterrados de la península se dispersaron en ambas costas del Meditérraneo, la mayoría de ellos estableciéndose en el Imperio Otomano, donde también conocieron momentos de gloria. Ellos y sus descendientes son los que hoy en día llamamos sefardíes y quienes a lo largo de los siglos se mantendrán unidos – gracias sobre todo a la lengua española, idioma que nunca habían abandonado – y entre los cuales nacieron grandes personalidades literarias, científicas y filosóficas: Montaigne, Spinoza, Disraeli, Cohen, Canetti y la lista de las mentes brillantes de factura universal está lejos de acabarse aquí. Los judíos conversos (los nuevos cristianos), permanecidos en la Península después de la expulsión, desempeñaron un papel inmenso en el florecimiento de la cultura española. Basta con mencionar a algunos de ellos: Santa Teresa de Jesús (1515-1582), nacida en Ávila, una de las más nobles figuras de España, escritora mística, fundadora de monasterios; Mateo Alemán (1547-1614), el creator del espíritu picaresco; Fernando de Rojas (?-1541), el autor de la célebre tragicomedia La Celestina, la primera gran obra del Renacimiento español, autor considerado casi el igual de Cervantes; Alonso de Ercilla (1533-1594), el autor del poema La Araucana, considerado la más representativa epopeya española del siglo XVI, en la cual evoca con mucho relieve y color la conquista del estado de Chile, en la cual había participado él mismo; el humanista y filósofo Juan Luis Vives (1492-1540) cuyos padres fueron quemados en la hoguera cuando se supo que habían conservado a escondidas su religión ancestral. Con personalidades de la talla de éstos podemos seguir hasta el día de hoy. En lo que concierne a los judeoespañoles de Rumanía, los mismos han procedido, en su mayoría, de Turquía y de los países de la Península Balcánica, menos de Italia, y se establecieron en Valaquia gracias al amplio espíritu de hospitalidad de algunos de los príncipes valacos y al interés de los mismos por el florecimiento de las artesanías y del comercio en un país a comienzos de su desarrollo. La mayoría de las comunidades sefarditas se sentaron en todos los puertos del Danubio o no lejos del río. Hoy en día, como número de personas hay solamante algunas decenas en cada población. En todo el país su número no excede a más de mil personas, su mayoría hallándose en Bucarest. Hubo, a excepción de la Capital del país, centros importantes, que fueron reunidos en una Federación, en Craiova, Ploieşti, Turnu Severin, Timişoara, Corabia, Calafat, Giurgiu, Călăraşi, Constanţa. La comunidad sefardita de Bucarest se constituyó, oficialmente, en el año 1730, como consecuencia de un dictado señoril del Príncipe valaco Nicolae Mavrocordat otorgado a sus consejeros, el doctor Daniel Fonseca y Mentes Bally. Los judíos españoles llegaron con la fama cobrada por aquellos "marranos", los cuales contribuyeron enormemente al progreso cultural de España. En Burdeos y en los Países Bajos, ellos edificaron una verdadera aristocracia. Su lengua hispánica, que sonaba muy latina para los oídos valacos, mientras que la sobriedad del judío español, su discreción, aquella compostura digna, no podían sino inspirar confianza. Mihai Eminescu, en sus escritos políticos, y Nicolae Iorga habían tenido apreciaciones favorables, de aprecio por los judíos españoles. Entre las grandes personalidades sefarditas de Rumanía, podemos mencionar a Hilel Manoach, un gran banquero y hombre de negocios, con amplias relaciones en los mayores centros de Europa y cónsul de Turquía en el Principado de Valaquia; al rabino Haim Moşe Bejarano, un príncipe de la poesía y la sabiduría. En el año 1910 las Comunidades Sefarditas de Turquía lo eligen como Primer Rabino del Imperio Otomano y se va de Bucarest. El sultano de aquel entonces llama a Haim Bejarano "mi gran amigo". Es nombrado miembro de la Academia Española, miembro de honor de la Sociedad Dante Alighieri. La lista puede seguir con Jules Pascin, anagrama del nombre de Pincas, pintor de fama mundial; Mauriciu Cohen Lanaru, compositor de música tradicional; Isaac Bally (Davicion), hombre de cultura enciclopédica; Clara Haskil, célebre pianista; A. L. Ivela, compositor de melodías litúrgicas sefarditas; Ioan Massoff, historiógrafo del teatro rumano etc., etc… Cinco siglos después de la expulsión, las heridas tuvieron tiempo para curarse y, juntos, los españoles y los judíos pueden demostrar y hasta lo demuestran, que el espíritu del amor y de la confraternidad nunca muere. Una prueba en este sentido es el hecho de que, no hace mucho, el Premio Español el Príncipe de Asturias de la Concordia, el equivalente al Premio Nobel por la Paz en el mundo hispanoamericano, fue otorgado a las Comunidades Sefarditas dispersas por todos los países del mundo.
by Felipe Torroba Bernaldo de Quirós