La Locura

Como a menudo suele pasar con las obras geniales que van revistiendo sombras y penumbras para luego por su interpretación acabar por adquirir dimensiones colosales y planos infinitos, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha[1],por Cervantes, es objeto de numerosos comentarios. Verdaderamente, la obra es un medio refractario excepcional.Sin embargo, mirando las cosas por la estrecha dimensión de la historia literaria, quienquiera puede intuir, sin tener mucha información histórica, las intenciones y los movimientos técnicos del autor. Desde este ángulo de vista, Don Quijote, materialmente, no aporta nada de nuevo al panorama de la literatura española en su época de gloria. El mundo, como por todas partes, está poblado de hidalgos, canónigos, curas, barberos, farsantes, titireros, pícaros, salteadores, cabreros, ganaderos, licenciados, bachilleres, frailes, venteros, mesoneros, dueñas, sastres etc., en fin escasamente alguno que otro grande, duque o duquesa. Los sucesos acontecen en el campo, en las aldeas, en las montañas que los pastores andan recorriendo, en los cruces de camino, con su ventas o posadas, en alguna casa de hidalgo, en algún palacio rural de un noble. La ciudad y la burguesía no se ven aquí en El Quijote, pero Cervantes las pintó en sus Novelas ejemplares, y es allí donde pone de manifiesto a los venteros, los alguaciles, los mendigos y los rateros, a los corregidores.  La literatura española se ha acostumbrado a plantear determinados problemas que todos ellos se recogen en la historia cervantina. El noble abusivo tipo donjuanesco que engaña a las niñas de categoría social inferior, haciéndoles promesas matrimoniales, se ve reflejado en el ejemplo de Don Fernando, quien abandona a la seducida Dorotea para contraer matrimonio con Lucinda, en perjuicio de su amigo, Cardenio. La mujer frígida, rechazando el amor inoportuno, aunque culminara con la muerte del infeliz enamorado, ésta es Marcela. El tema de la libertad de los jóvenes de casarse a pesar de los cálculos financieros de sus padres se describe detalladamente en el episodio de las bodas de Camacho, el rico, con una muchacha prometida al pastor pobre Basilio. Camacho era un labrador rico, igual que Pedro Crespo de El Alcalde de Zalamea, por Calderón. Esta clase indica que se ha vuelto importante y suntuosa. Crespo es todavía de una modestia firme, Camacho suelta impertinencias, mientras un otro, que encuentra a don Quijote, un tal Andrés, al abofetar a un sirviente, a Roque, es ni más ni menos que una bestia. A lo largo de la narración, los rebaños de ovejas y carneros recorren los caminos del campo y de la montaña, de modo que es lógico que el embriagado protagonista los tome por huestes. Don Quijote se reúne a menudo con los pastores, come con ellos sentado en la hierba, Sancho le compra a un pastor un pedazo de queso fresco del que aún se escurre el suero y lo coloca en el casco de su dueño. Por tanto, aquí tenemos evocada "la vida sosegada, bucólica"1, contrastante con el alboroto de la corte, ella también figurada en el castillo del duque, con sus ceremonias caricaturescas (el jaboneo de la cara después de comer, la abundancia incómoda del personal ancilar), así como en el gobierno insular de Sancho, donde el médico impide que sus sirvientes se alimenten. La indigencia de las posadas y la avaricia del típico ventero están aquí también a la vista de todos. No faltan aspectos de la vida picaresca. Entre los esclavos que servían remando en las galeras, a quienes Don Quijote les devuelve la libertad, hay un tal Ginés de Pasamonte, salteador, que inmediatamente después de su inesperada puesta en libertad acomete algunas hazañas y se esconde disfrazándose de titerero, "el que maneja los títeres" (n. del autor). El ventero pretende haber recorrido el mundo y nombra lugares asolados por ladrones: "los anzuelos de pescar" en Málaga, las islas de Riarán, "el metoco" de Sevilla, "el mercado" de Segovia, "el bosque de olivos" de Valencia, "la ronda" de Granada, "la costa" de San Lúcar, "la herrería" de Córdoba, "las habitaciones" de Toledo. Don Quijote pone en discusión la trascendencia de dos profesiones importantes, las armas y las letras, toca temas de política y educación en los consejos que da a Sancho, al tomar éste posesión del gobierno de la isla. Finalmente, Teresa, Sancho Panza, Quijote mismo derraman frases llenas de refranes, sustituyéndose a los "graciosos" y sabios populares de otros libros. Si volvemos ahora a los dos protagonistas, don Quijote y Sancho, tan pintorescos e inseparables, el primero flaco y alto, el otro bajito y gordo, aquél quimérico, este último terrenal, haciendo caso omiso del fenómeno que les separara de su mundo para convertirles en personajes fantásticos y únicos, deberemos reconocer que inicialmente ambos son personajes corrientes de la literatura española, particularmente la dramática. El primero es el omnipresente hidalgo rural, famélico, fanfarrón, el segundo es un "pobre" bobo, a veces sarcástico, un pariente de los sirvientes del teatro de Lope de Rueda. Sin lugar a dudas, Alonso Quijano el Bueno tiene características y pecualiaridades que le hacen distinto de sus semejantes. A él le falta la arrogancia del hidalgo y sus actos a menudo son los de un santo, por lo que la gente le tiene estima aun cuando le tomen por puro loco. A pesar de todo, todo lo que está haciendo lo hace por vanidad. Se priva no obstante de comer, en razón de que "es honra de los caballeros andantes no comer en un mes".  Quiere que sus actos, incluídos los de caridad, sean conocidos, confía que el mundo entero tiene los ojos puestos en sí mismo y no le extraña el que Samsón Carrasco venga a decirle que de él se escribió un libro. "La honra", es decir la opinión pública, lo es todo para don Quijote. Otros hidalgos pretenden que Quijano no debía colocarse un "don" antes de su nombre. La "donmanía" es objeto de burlas pordoquier en la historia del Caballero de la Triste Figura y sobre todo en el episodio de la imposición del grado de caballero al protagonista. Quijote ennoblece en el acto a las mujeres del pueblo, mientras a Tolosa, hija de un artesano toledano, la nombra doña Tolosa, sin más diligencias. Sancho asume el papel crítico del personaje del pueblo, contradiciendo las más tradicionales virtudes españolas. Quijote es realmente valiente, no obstante los peligros a menudo son mínimos. Su resolución a combatir contra un león se merece todas las loas. Todos coínciden en que el hombre es "atrevido". Sancho, en cambio, acusa cínicamente cualquier injuria, se muestra insensible a la "honra" y elude el combate: "... mi amo – dice – yo soy un hombre pacífico, bondadoso,..."  Mucho más interesante es que el exponente del humor democratico no es únicamente Sancho, sino también el propio Quijote. Para él, el villano y el caballero no son dos nociones separadas por un abismo, sino meras conformaciones éticas. Su conducta es afable con quienquera encanta a todo el mundo. Para él todos son caballeros, si se muestran desinteresados, caritativos y respetuosos con los héroes famosos. Cuando se le hace observar que Dulcinea del Toboso sería una pobre villana, testimonia que el asunto de la estirpe "importa poco" y que son bastantes la "mucha hermosura" y la buena fama". En el fondo, Quijote también hace la teoría de la apariencia, suponiendo que nadie "irá a pedir más información...". La misma teoría la comenta con torpeza Sancho a Teresa, demostrándole que su actual situación de gobernador lo será todo y que poco importa su olvidada condición de villano. La idea de la nobleza por mérito es a menudo reiterada en El Quijote.  El impulso exterior del que salió El Quijote, descuidado por superficial, como lo es también bajo el aspecto de la creación compleja, y pasando desapercibido por el lector extranjero, obsesionado con el sentido filosófico de la historia, es nada menos que: "poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías".  "El cura y el barbero hacen una severa selección en la biblioteca de don Quijote y echan al fuego numerosos libros de caballerías a partir de Amadís de Gaula. Estas obras, aunque de segunda categoría, estaban muy difundidas en la época de Cervantes y polarizaban el interés de la opinión pública, tal como en pleno florecimiento de la novela naturalista, Ponson du Terrail y G. Ohnet mantienen masivamente su público. Cervantes toma como punto de partida únicamente una polémica literaria, lo que entonces era costumbre corriente. Vamos a simplificar el asunto apartando los títulos oscuros de los libros censurados por el cura y el barbero y, destacando a dos autores que Cervantes evoca y mira con cierta timidez, a saber Bojardo y Ariosto. Cervantes tiene su estética y a través de ella procura hundir una gran literatura poemática que aún disfrutaba de gran estima. Bojardo y Ariosto habían desarrollado plásticamente la combinación del ciclo heróico carolongio con el de la Mesa Redonda y en sus poemas las hazañas heróicas siempre están entrecortadas por lo milagrosamente mágico, brujerías, viajes aéreos y marítimos y andanzas por detrás de una princesa adorada, como lo es Angélica. El cura habla con muy poca estima de Ariosto, a quien únicamente reconoce la lengua literaria. De hecho, él mismo amenaza que"si lo localizo aquí y habla otro idioma que el suyo, no le haré ningún favor". Por lo tanto, Cervantes rechaza la narración tipo Ariosto, esto es el cuento renascentista. Casi todo lo que está haciendo don Qujote es una parodia del ariostismo. Quijote vive en un mundo exclusivo de los caballeros y pastores, adora a Dulcinea, cree ser víctima constante de algunos brujos, combate contra los gigantes (disfrazados sea de molinos de viento, sea de barriles de vino), ve en una cueva a Merlín, a Durandarte, y finalmente hace algo aún más significativo, puesto que toma la decisión de enloquecer algún tiempo igual que Orlando furioso, a sabiendas de Dulcinea. Su acto indecente de sacarse los pantalones y andar patas arriba sujetándose en las manos es obviamente una burla al ariostismo. Si el autor por necesidades de índole económica no se viera obligado a dar por concluido su libro y acortar la vida de su héroe, don Quijote hubiese enfermado de otra "locura", la de mimar el pastoralismo. Se había planteado incluso una relación de nuevos nombres pastoriles: Quijotiz, Panzino etc. El principio estético a cuyo nombre Cervantes combatía la literatura tipo ariostesco (olvidando por lo demás que pertenece a la poesía limpia y confundiéndola con la propiamente dicha literatura épica) era el de la imitación de la naturaleza. Las opiniones literarias de Cervantes parecen ser las de canónigo conversando con el cura, cuando Quijote se encuentra en un gallinero tirado por un par de bueyes. El cura detesta las comedias llenas de "disparates", como también los libros de caballerías, pasando por encima de las unidades, en vez de ser "espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres e imagen de la verdad".   Cervantes quiere una literatura fundada en lo creíble, positiva y cargada de observaciones morales y sociales. Y para hacerla deseada, inventa a un personaje loco, volando parado y montado a un caballo de madera Clavileño y combatiendo contra unos demonios inexistentes. Aquí no hay únicamente una pura polémica literaria, sino también una fina alusión, ella también corriente, a la credulidad de la gente en materia de encantamientos y hechicerías, con consecuencias jurídicas lamentables. Así, la Inquisición de Cuenca incoa juicio en 1531 a un médico de Torralva por cuanto mantenía cautivo sirviéndose de un anillo a un demonio y viajaba yendo y volviendo una noche a Roma cabalgando un palo. Los juicios de la Inquisición en materia de brujerías son numerosísimos y, como bien vemos, Cervantes, antes que Feijóo, intentó sacudir semejante error tan funesto. Lo cierto es que Cervantes, una vez elegidos los protagonistas, se dejó guiar totalmente por su carácter intrínseco. Quijote y Sancho no son abstracciones, sino seres vivientes y es un error considerarles como términos antinómicos. El escritor se sirve de ellos de forma dialógica, infiltrando sus ideas, ora a través de uno, ora de otro, sin distinción, sin ninguna preocupación por la simetría didáctica. ¿Quién es Quijote? Un loco que vive entre las nubes, ¿verdad? Pero no del todo, ya que en el transcurso de la narración se admite que el héroe es un "loco llano de lúcidos intervalos", "un cuerdo loco, y un loco que tiraba a cuerdo". En lo que a Sancho se refiere, quien fuera valorado positivamente, al barbero le extraña con justa razón su credulidad: "no me extraña tanto la locura del caballero, como la sencillez del escudero". Partiendo de la realidad viva de los protagonistas, Cervantes comprendió su estructura y se dejó llevar adrede (¿que duda cabe?) en busca de otros significados. Acaso ¿podía el escritor condenar, en nombre de la narrativa, la poesía misma, en su integralidad, repudiando el ensueño? Sin embargo, los indicios del gusto por dejarse llevar por las alas de la fábula mágica, caballeresca y pastoril, se notan a cada paso. Quijote sabe que está loco y que la gente lo califica como tal. No obstante, tiene una filosofía de la locura, que es la de la negativa a aceptar la realidad. El universo fantástico en el que vive Quijote es el único en que se puede realizar su bondadosa alma. Cerrado en una jaula, el loco se siente sin embargo feliz de poder ser "valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones de encantos", como lo es de verdad. Quijote sospecha muy bien que Dulcinea no existe. No pretende más que ejercer su capacidad del amor casto y de todas las energías de su virtuosa alma. "Crees – le dice a Sancho, que ciertamente no entiende su sutileza – que todas aquéllas Amarilis, Filis, Silvias, Dianas, Galateas y otras más que llenan los libros, los romances, las tiendas de los barberos, las comedias, fueron de verdad damas de carne y hueso..." Quijote proclama, pues, la necesidad de la ficción como un campo de realización ideal de nuestras aspiraciones. En efecto, don Quijote a través de los consejos y Sancho por sus actos demuestran que son unos perfectos estadistas. Sancho, que no sabe leer ni escribir, ostenta tener pasta de gobernador. Dadas las resistencias de la realidad, está claro que sólo debido a la fantasía del duque, que aplica el método de Abu – Hasan de "Halimá", se pueden revelar los dones de los dos personajes. El ensueño se convierte por tanto en un campo de desarrollo de las energías. Cervantes coincidió aquí también con un tema específicamente español, el de La vida es sueño, por Calderón. Conviene observar asimismo que don Quijote, que confía con fervor en lo invisible, tiene dudas sobre la solidez de lo real. Sancho no es en intención de Cervantes, una imagen deformada de Quijote, sino un complemento. El sentido general de la obra al parecer es, según el pensamiento del autor, el siguiente: únicamente un hombre poco inteligente, un simple, un bobo como Sancho y un loco como Quijote está en condiciones de creer y atreverse. Sancho es cobarde, llorón, se queja en la barquilla a la que Quijote sube tan absurdamente imprudente (igual que Cristóbal Colón), pero es leal ("yo soy fiel"), no confía mucho en su espíritu crítico de villano y le deja resolver a Quijote. "Todas las cosas que tienen algo de dificultad le parecen imposibles"- le reprocha Quijote, que no obstante se muestra conforme con su lealtad. Un visionario como Quijote necesita de un espíritu como Sancho, de un amor incondicional, dispuesto a adaptarse a cualesquier fantesías. Estos son los sentidos inmediatos, que se sobreponen gradualmente desde la intención hasta la creación literaria, y argumentados en las páginas de la obra. Luego las penumbras empiezan a crecer. Podemos observar además que Don Quijote ejemplifica la contradicción interna del alma española entre una imaginación reprimida por el buen sentido y una sabiduría rudimentaria, que, no obstante carece de alas, sí es capaz de fervor. Quijote es gótico, Sancho es celtibero-latino, el cura y el barbero son sencillamente europeos. Quijote, sintiéndose a sus anchas, es extravagante cual un normandino en el espacio tórido, Sancho ostenta una posicion objetiva, nastratinesca. La contradicción se comprueba estéticamente en los resultados que Cervantes consigue. Si hubiera creído más profundamente en la utopía, hubiese hecho de Quijote un héroe serio, septentrional, un constructor de un mundo nuevo, como Robinson. Con un espíritu crítico más libre hubiese escrito una parodia al estiloburlesco italiano. El Quijote no es ni poesía, ni prosa, es un "auto sacramental". En la obra de Cervantes, lo grotesco quimérico y telúrico se encuentran en un equilibrio constante con lo sublime. Asimismo, se puede observar que Quijote tiene la mentalidad paseista y medieval, que es un católico puro, combatiendo contra el intento de los demás héroes de vivir en la actualidad. Lo que sorprende además en la obra de Cervantes es ese fenómeno propio, acaso, de la literatura española. La obra, si la leeemos línea por línea, está llena de gracia y es de una perfección estilísitica culta, conciliando la frase ciceroniana con el caudal folclórico. La parodia desde ya se vuelve sombría, va adquiriendo los tonos sombríos del humo de un auto da fe, la locura de Quijote parece fanática y obstinada, sus ilusiones mismas (rebaños sin fin, procesiones fúnebres, procesiones de lluvias, molinos de viento, actores que por el campo andan vistiendo trajes siniestros, en un paisaje de polvo calcáreo y crestas desolantes por vacías) son terrifiantes y justifican las sospechas de Quijote. El extranjero echa a los hombros del caballero andante los penosos fardos de sus prejuicios de España, y el héroe aparece sospechoso en su ensueño como un inquisidor de El Greco, severo en su religión como Torquemada de V. Hugo. Si Quijote hubiera elegido en lugar de la fe en el mundo caballeresco el camino de la ascesis y su Dulcinea hubiera sido la Virgen María, se puede imaginar lo triste que hubiese sido su celda, lo dura que hubiese sido el sabor de las carnes de un hombre que serenamente le pretende a Sancho fustigarse varias veces. Quijote, para nostros, es una Santa Teresa del caballerismo, como Santa Teresa es una visionaria quijotesca en el espacio claustral, ambos hidalgos. Las parciales quijoterías se pueden observar también en otros autores. Don Juan Ruíz de Alarcón y Mendoza (1581?–1639), mexicano ironizado por Quevede por sus pretensiones nobiliarias, era un personaje romántico, un pequeño mostruo damnado. Jorobado de pecho y de espaldas, parecía inflado de sandías y, cuando andaba, no se sabía – comentaban los malévolos – si venía o salía. Era barbirrojo y bajito, un enano velazquiano. La comedia Las paredes oyen, aduce como argumento, según todas las apariencias, ciertas inquietudes personales. Don Mendo, enamorado de la bella viuda doña Ana, no le deja un hueso sano comentando que era fea y vieja con el honorable propósito de apartar a un rival suyo. Pese a todas las explicaciones, doña Ana, quien le había oído (pues, las paredes oyen!) ya no quiere saber nada de él, por odio que una mujer siente siempre y cuendo, aunque se lo dijeran bromeando, uno hace alusiones a su edad. De dichas circunstancias se aprovecha Don Juan, un hombre feo (como el propio Alarcón) que triunfa como su sirviente lo había presagiado: A una Narcis de la Corte Un serafín humano Le resiste un siglo, para finalmente Encontrarla en los brazos de un enano. La confianza del personaje feo en su valía personal no es ajena a la quijotería. Inspirada en La verdad sospechosa, es la obra Le Menteur, por Corneille. Don García, estudiante de Salamanca, miente con toda la boca y sin parpadear, por un espíritu meridional de la palabrería y un gran deseo, ibérico, de ilustrarse. Por lo tanto, a don García le muerde el "gusano" de Quijote, aunque éste no miente nunca, al menos intencionalmente. De hecho, el joven echa mentiras parcialmente para burlar a una novia que su padre pretende prometérsela y que él desconoce, pues de lo contrario la aceptaría siendo precisamente la niña que quiere guardar para sí incluso mintiendo. La palabrería de don García rebosa de fantasía, muestra de imaginación épica. García pretende haberse casado en las siguientes circunstancias: Le sorprendieron en la casa de la hija de un noble caballero de Salamanca. Entonces se escondió debajo de la cama, pero en ese momento su reloj estaba dando las doce horas. Intrigado, el padre de la niña se informa por el ruido. La hija (lo inventa García) hubiera dicho que su primo le habría entregado el reloj para mandarlo a remediar. El padre se dirige hacia la cama para recoger el reloj, García le tiende por error la pistola, la cual se descarga. Escändalo. Amenazado de "muros de espadas", García se ve obligado a casarse. El padre del estudiante cree ese cuento, le perdona y quiere ver a su nuera. Pero el joven no la puede presentar, puesto que... está embarazada. Su imagiación es pronta en las situaciones más difíciles. Aparece un Don Juan, a quien había pretendido que le hubiese dispersado los cerebros por el suelo en un duelo. No es nada anormal. Sabía un desencanto por el que le había hecho crecer a uno un brazo cortado por la espada (acaso don Quijote ¿no creía en el balsamo de Fierabras del que instaba a Sancho a ungirle cuando le hubiere cortado en dos algún adversario?). Cuando le ruegan que diga el desencanto, declara que está en el idioma hebreo: TRISTÁN Y ¿tú sabes el idioma hebreo?DON GARCÍA ¡Qué va! ¡Mejor que el castellano: Hablo diez idiomas!. Don García no es un mero mentiroso, sino un fingido visionario, un alumno de don Quijote[2]. Nacido de padres italianos, don Agustín de Moreto (1618–1669) escribe una comedia falta de la concitación española. Hombre pacifista, "clérigo de órdenes menores", tenía la reputación de pegar piezas antiguas. Su originalidad es dudosa y uno no encuentra en el nada de desordenado y tumultuoso. Su teatro es desiberizado y se parece perfectamente al de Moliere. El lindo don Diego presenta el tipo del marqués ridículo al estilo de Moliere, un galán precioso y aún más, chiflado. En Francia, imperaba "la préciosité", en España corrían vientos del "culteranismo". Mosquito, el sirviente, da clases de "condesa" a Beatriz, la doncella, y ésta obedece.Don Diego es infatuado, está entre dos espejos engalan­ándose para verse tanto de frente como de espaldas y tiene el sentimiento, erróneo, de que todas las mujeres suspiran por él. La capacidad de don Diego de hacerse ilusiones es un donquijotismo menudo. En el ámbito de la lírica conviene señalar sendas caracteristicas donquijotescas en Góngora y Villegas. El primero, huyendo a veces totalmente del plano lógico de la poesía se hunde en una criptografía tan incodificable como la demonología de Quijote. Para la época en la que escribió el poeta, ese carácter solitario era un fenómeno ibérico que tiene su explicación, ante todo, en el enorme orgullo del poeta de mantenerse distante. En Villegas comprobamos una infatuación enorme e inocente, como la vanidad de don Quijote. Hoy, la noción de gongorismo es equivalente a la extravagancia y la oscuridad poética, pero pocas personas saben que se deriva del nombre del poeta español Luís de Góngora y Argote (1561–1627). De hecho, el gongorismo es un aspecto del culteranismo, un movimiento literario análogo del purismo moderno que huye del contacto con el vulgo. Góngora "deseava hacer algo que no fuese para el vulgo", sino para "los cultos", esto es, diríamos hoy, para los hombres educados y de sensibilidad artística. No pretendemos estudiar aquí el gongorismo, pero sí brindar alguna indicación. El gongorismo de Góngora tiene parentesco con el marinismo del caballero italiano Giambattista Marino (1569-1625), con algunas distinciones. Las características del marinismo son, según B. Croce, el sensualismo y la ingeniosidad, representando, con justa razón, una sola nota, la del conceptismo, del arte de hacer "concetti", es decir metáforas nuevas y paradógicas, en condiciones de sorprender: "E del poeta il fin la meraviglia (parlo de l'eccellente e non del goffo); chi non sa far stupir, vada alla striglia! Esto es el arte poético de Marino. La sensualidad no implica la falta del sentimiento, sino únicamente la incapacidad de pasar del vestido sensacional del poema a las vibraciones anímicas. Con estas observaciones, la obra de Marino sigue siendo inteligible y razonable. El gongorismo es más complicado. La preocupación por las imágenes es obsesionante, pero está unida a la búsqueda excesiva de expresiones nuevas a lo culto, de inversiones pedantes, de oscuras alusiones mitológicas, que redundan en una frase poética atormentada e inextricable. El fondo sigue siendo lógico, la dificultad es únicamente gramatical. Góngora era un Mallarmé en la época y un Paul Valéry, con un habla demasiado hiperbólica o demasiado epigramática y que necesitaba de exegetas. La poesía posbarbiana rumana[3] cabe en la fórmula estricta del culteranismo gongórico. En las dos primeras cuartillas, "la audacia", entonces, de las metáforas es obvia. Rocas: hombros desnudos; ola: agua reiterada; salpicadura de la ola: polvo de las piedras. Sintácticamente, la frase no es escandalosa. Más adelante tropezamos con el estilo de Paul Valéry: el laurel cerca la cima del promontorio, infundiendo esperanzas de buen desembarco al piloto. La palmera tiene "rayos" verdes, ya que representa un faro que, si bien no "luciente como el farol del faro, al menos es tan humano como aquél. Al propio tiempo, la palmera es un Norte, más claramente es un aguja de brújula "frondosa", indicando el Norte, por tanto orientando a los náufragos. El proceso de síntesis es tan avanzado que el lector debe hacer un esfuerzo intelectual para intuir las conexiones en toda su plenitud. El ejemplo es inocente. En Soledades hay criptografías imposibles que irritan y desesperan y que determinaron a Menéndez y Pelayo llamar tal poética un signo de "niquilismo", mientras un contemporáneo de Góngora, Francisco de Cascales la había calificado de "ateismo". Brevemente, Góngora es un poeta con clave. Sus composiciones menos herméticas son marinistas, fundadas en metáforas ostentativas. Hay que observar, cosa corriente en el secentismo, que las metáforas se convierten en verdaderos juegos de palabras plásticas, obras de ingeniosidad como es el caso del "violín que vuela", esto es el ruiseñor. El girasol, en otra poesía, es el "matusalén de las flores", bajo el aspecto de la duración de su vida. Aquí, Góngora (seráfico al estilo de Mallarmé), es un Anghel ancestral cantando la desfoliación y la muerte de las flores, según su longevidad.Sin embargo, lo inefable de las flores es un tema bastante antiguo en la poesía italiana, en que el caballero Marino en su Adone había conseguido efectos inéditos, casi simbolistas. Los secentistas cantaban asimismo de forma predilecta, por interés barroquista en las circnvoluciones. Un canto gongórico de la ninfa Corcilla huyendo de Aquilón, recuerda la técnica excesivamente joyera de Bernini en el grupo Apollo y Dafne.Sin embargo, no hay nada nuevo debajo el sol. Barroquista a su manera había sido Petrarca: Erano i capei d'oro a l'aura sparsi Che 'n mille dolci nodi gli avolgea. Cosa curiosa. Este poeta a lo culto, considerado por los españoles un gran poeta, escribió poesías sólidas en las que no es nada gongórico, sino un cantante de la vida sosegada, en versos calmos y llenos de un superior humor. He aquí algunas cuartillas pícaras parecidas a las del joven Eminescu. [4]La nota característica del clasicizante Don Esteban Manuel Ruíz de Villegas[5] es una enorme y estravagante vanidad literaria. Su recopilación de versos Eróticas aparece con un frontispicio teniendo un sol saliente y esta leyenda: Me surgente quid istae? Había bautizado a sus hijos escogiendo dos nombres muy literarios: Serafín Antonio, María Violante, Rosa Francisca, Bartolomé Bernando, Leonor Antonia etc. Es cierto que la confianza en la durabilidad de la obra poética se recogía expresada en Horacio, pero Villegas sobrepasa todas las medidas corrientes de lo bombástico.El enorgullecimiento es tan donquijotesco, que los versos se vuelven graciosos. De hecho, Villegas es un poeta de gran talento, sea en traducciones (Horacio, Catulo, Anacreón), sea en las obras originales. Las composiciones extensas, odas con un gran aparato erudita, mitológico, a la manera horaciana, resultan cargadas y aburridas como las obras de la misma índole de Chiabrera y Testi. Con justa razón el Duque de Rivas, en un romance, dice de él: Don Esteban de Villegas Español Anacreonte, En versos cortos divino, Insufrible en los mayores. Se hizo alarde de una cantilena contenida en las Delicias en donde un pajarito se queja que un campesino le haya robado el nido: Yo ví sobre un tomillo Quejarse un pajarilloo sea, en traducción libre: pe o creangă mică  plîngea o păsărică. Es una composición infantil al estilo de Văcărescu. El mérito de Villegas consiste en las anacreónticas, donde su paradógico enorgullecimiento se mezcla con la más encantadora bondad, igual que en El Quijote la delicadeza se unía a la fantasía personal. Como la Divina Comedia en Italia, o la obra de Eminescu en Rumanía, el Quijote es en España objeto de una multilateral exégesis y una mina de interpretaciones. Generalmente, la crítica defiende la suposición de una intención satírica de parte de Cervantes. G. Lanson expresa un punto de vista intermedio defendiendo que la historia quijotesca nos enseña „les dures lecons qu' inflige la realité aux idéalistes, qui se falttent de la dominer sans la connaître".(n.trad.- „las duras lecciones que la realidad infringe a los idealistas que se halagan de dominarla sin conocerla".) Comparte la misma opinión Américo Castro