Confesiones

Hoy, cuando estamos todos entrenados en un vertiginoso y perpetuo movimiento, apresurados para llegar adonde nisiquiera nosotros mismos sabemos, quedan sin embargo cosas que se apartan de este perpetuo desplazamiento en el tiempo, clavadas en lo más hondo de nuestro ser, igual que antaño, igual que en un cuento de un mundo irreal y que, como cualquier cuento, empieza por érase una vez. Con el mismo érase una vez empiezo mis recuerdos. Me levanto a menudo llevado por pensamientos descolgados de las vivencias del presente, recordando hechos y sucesos que ocurrieron años ha, en tiempos remotos, revolviendo aquéllos hace mucho tiempo dormidos, que me cuelan en el alma penas, dolorosas por los que se fueron para no volver, y por los perdidos en el camino para no volver a encontrarlos. Los años, no sabe uno ni cómo ni cuándo, se escurren implacable e irreversiblemente, dejando siempre atrás todo lo que te pertenece, la vida con todo su cortejo de vivencias y hechos, que poco a poco se deshacen difuminándose en la niebla de unos recuerdos nostálgicos. Y cuando el paso de la vida te ha llevado lejos de los principios, cansado, miras atrás escudriñando con el pensamiento en la oscuridad del pasado, para acercarte a los años de la juventud, para volver a descubrirte tal y como eras en aquellos tiempos, para leer en páginas empolvadas la historia de tu vida. Lentamente empieza el pase de la película, proyectando imágenes que traen al umbral del presente todo lo que antaño había sido presente, vivencias con sus alegrías y dolores, gente, hechos y sucesos. Ya ves, el pensamiento alado ha parado en tierras de la Falticeni de otrora, donde ocurrió y acabó para siempre el primer y más hermoso capítulo de mi vida. En su ambiente patriarcal he jugado, he estudiado y he vivido las alegrías y los primeros estremecimientos del amor y siempre en sus ambientes patriarcales propensos a los sueños nebulosos, han brotado los primeros retoños de mis inclinaciones posteriores. Me veo en el uniforme del colegio, con la matrícula bordada en hilo de oro, tímido y ausente, con el pensamiento a menudo lejos de todo lo que ocurría durante las horas de clase, anhelando siempre hacia algo todavía borroso en aquel momento, pero hacia algo que me llenaba el alma de deseo e impaciencia. Y despacio, a medida de que los años pasaban, empecé a descubrir el secreto de lo que quería y hacia lo que anhelaba. Aquí empieza el principio. Esto ocurrió un día cualquiera, cuando armándome de lápices y papel, creé mi primera "obra" . Luego, garabateando sin parar, adquirí un hábito que más tarde se convirtió en un inexplicable impulso que se afirmaba cada vez más, de hacer toda clase de travesuras en el papel, manejando con mucha torpeza los lápices y los colores. Y a ese impulso que tenía más bien el carácter de un juego agradable o de un capricho infantil, se le sustituyó, sin darme cuenta de una pasión que una vez que se ha apoderado de todo mi ser, ya no me ha vuelto a abandonar hasta hoy en día, en estos años del fin de mi vida. Recuerdo que aquellas inquietudes y preocupaciones me invadían de un día a otro cada vez más, hecho que contribuyó en gran medida a que me sustrajese de aquellas preocupaciones sobre las que habría debido insistir más concienzudamente para llegar a ser un buen alumno en el colegio, Y como es natural, esta carencia enfadaba mucho a mi padre que soñaba para mi porvenir con planes concretos y de prestigio, sacerdote o magistrado, hasta que un buen día, me parece que era en relación con un ensayo, se puso furiosísimo y después de haberme administrado un buen rapapolvo, me requisó los lápices y los colores decidido a no volver a pillarme con ellos. Pero mi madre, más comprensiva y más apta para captar mis inclinaciones naturales, me los devolvió. ¡Inolvidable y santo le sea el recuerdo! Es igualmente grande toda la gratitud que llevo en mi alma para la actitud permisiva, llena de comprensión y aliento de los profesores VasileCiurea y Virgilio Tempeanu, así como también para los desaparecidos Jorje Stino y Nicolás Tolea. Estos seres maravillosos, tan receptivos a unos fenómenos acaecidos en la vida de los niños, que descifraron con mucha perspicacidad, alentaron permanentemente aquellas potencias tímidas apenas brotadas que iban a florecer más tarde. Dotados de un afán de resonancia romántica y de una singular afinidad para el arte, estos maestros introdujeron en la vida de nuestro colegio de aquel momento un climax artístico de una efervescente juventud en la que el teatro, la música y el arte plástico constituían las primeras manifestaciones artísticas que ofrecieron la posibilidad de afirmarse de aquellos talentos que iban a llegar a ser en el futuro presencias incontestables en la cultura de nuestro país. Este clímax, puedo afirmar sin exageración alguna, constituyó la época de oro en la historia de este colegio. Entre el grupo de las grandes figuras de nuestra pequeña urbe, apareció en un momento dado un joven de pelo negro que traía consigo la expresión más viva y ardiente de un talento fuera de serie. Se trataba del profesor y maestro Ion Chirescu, que hoy pertenece a los exponentes más altos de la música rumana. Por desgracia, la presencia de este artista en la vida de nuestro colegio fue de corta duración, la compararía con la de un meteoro brillante. Está todavía fresco en nuestra memoria el recuerdo de los tiempos de gloria de este colegio, cuando, el coro creado educado y dirigido por el maestro Chirescu ganó la corona de laurel de la victoria, en el concurso organizado por todo el país, situando de esta manera el nombre de nuestro colegio al frente de todos los colegios que habían participado en el certamen. No puedo dejar de recordar al violinista Mihailescu que, de regreso a su país después de los estudios musicales hechos en París, trajo a la vez que su ímpetu juvenil sus conocimientos temáticos para organizar y dirigir una orquesta. Animado y ayudado con una comprensión apasionada por el director Jorge Stino, Mihailescu formó una orquesta cuyos conciertos, dados en el marco del colegio, constituyeron las primeras audiciones sinfónicas que vibraron en el ambiente de nuestro pueblo. Trastornado por los recuerdos, el pensamiento halla más adelante su camino hacia el horizonte ceniciento del pasado, trayendo ante mis ojos la figura venerable del viejo actor Marinescu, que, rejuvenecido al parecer por nuestra presencia y juventud, plasmó en el marco del colegio, otra vez con la ayuda animada del mismo director J. Stino, una pequeña tropa de teatro, con los alumnos de más talento. El debut se hizo con la obra Dos Sargentos, en la que, ni yo sé cómo, hice el papel del viejo Tom. Para el teatro, ni Talía ni Melpómenes tampoco me fueron favorables: me vedaron la más mínima sombra de talento. El valor que tuve entonces para aparecer en el escenario se debió al hecho de que en esta obra trabajaba también una compañera, L.M., dotada de una evidente vocación para la actuación y para la que abrigaba sentimientos algo más tiernos que los de una simple amistad. Mas lo que consigna una fecha histórica en la vida del colegio, testimonio vibrante del medio favorable para descubrir y desarrollar las aptitudes de los alumnos con más talento fue el hecho de que en esta pequeña tropa de teatro improvisada aparecieron por vez primera el gran e inolvidable actor Jules Cazabán y el famoso Vasiliu Birlic, los que, por su inagotable talento, contribuyeron a la elevación a las más altas cumbres del teatro rumano. Me quedan grabadas en la mente las clases, tan atractivas para nosotros los alumnos, de zoología, botánica o físico-químicas que impartía el entusiasta profesor Vasile Ciurea, con su energía seductora de exposición que nos captaba toda la atención y todo el interés para estas asignaturas. No puedo olvidar sus dibujos ejecutados con distintas tizas de colores en la pizarra , que combinaban con mucha destreza la exposición de las nociones científicas con su presentación gráfica, en imágenes de gran fuerza sugestiva en la que las preocupaciones estéticas no estaban desatendidas. Estos dibujos completaban con mucha claridad sus atractivas explicaciones teóricas, ayudándonos intuir con más facilidad lo que debíamos saber sobre los maravillosos secretos de la naturaleza. Alabado sea este distinguido profesor que, animado por un ideal y una gran pasión, sin descuidar ningún esfuerzo y sin desarmarse ante ninguna dificultad, organizó en el marco del colegio el museo que guardaba reliquias queridas para nuestros parajes y que hoy, por desgracia, ya no existen. Para mí representó de hecho el primer museo que jamás conocí, sin sospechar en aquel momento que el destino iba a reservarme su gran favor, el de que más tarde se me ofreciera la posibilidad de visitar todos los grandes museos de Europa Empecé a trabajar solo tal y como me dictaba la cabeza y me empujaba el instinto. Alguna posibilidad que pudiera aclararme y canalizar las primeras inclinaciones no existía en nuestra pequeña urbe, y en lo que concierne a las orientaciones recibidas en los bancos del colegio, éstas eran pálidas y muchas veces estaban lejos de lo que yo quería descubrir sobre aquellas cosas que me resultaban desconocidas y nada claras, pero cuya existencia barruntaba e intuía bajo una forma u otra. Tanteando constantemente, muchas veces por caminos inútiles, llegué sólo a darme cuenta de la verdad y realidad, descubriendo la fuente hacia la que me era permitido encaminarme - la NATURALEZA. Del profesor de dibujo del colegio y sobre todo del pintor Aurelio Baiesu que venía de vez en cuando a pintar en nuestra ciudad, me enteré un poco del secreto de los colores, sin poder descubrir sin embargo su fuerza mágica de cantar la poesía y la hermosura de la vida y tampoco su razón en expresar los más hondos sentimientos humanos. En el mismo marco impropio para poder encontrar informaciones, lo que me hubiese sido tan necesario, traté de plasmar en el barro que me había regalado un alfarero mi primera escultura y mi primer retrato; recuerdo que era el compositor Gluck. Al terminar el colegio me fui a Bucarest, poseído por ilusiones y pensamientos atrevidos. Aquí tomé contacto con las grandes obras de pintura y escultura de los museos y exposiciones. Pero lo que me fascinó fueron las esculturas de Paciurea, El Gigante y las Quimeras, que me atormentaban y me detenían como hipnotizado mirándolas horas enteras. Este primer contacto me determinó a dar el atrevido paso de ser escultor. Ingresando en la Escuela de Bellas-Artes, como se llamaba en aquel entonces, he subido tímidamente el primer escalón del arte. Estaba feliz de tener la suerte de ser el discípulo de Paciurea, de este gran maestro de la escultura rumana. Y al escribir estas líneas, en algún lugar, en la pantalla de los recuerdos, las sombras empiezan a deshacerse, iluminándose, cada vez más insistentemente, la figura de aquel hombre de aspecto bondadoso y ojos azules que se dirigía de prisa hacia la Escuela de Bellas-Artes de la Calle Grivita, pasando totalmente ausente por entre la gente, ensimismado en sus pensamientos, atormentado sin cesar por aquellas encarnaciones que pertenecían a un mundo desprendido de la realidad que le era tan contraria. Carecía de cualquier tipo de pedantería profesional, simplemente solitario, como un roble en medio de una llanura. Sus palabras eran cortas, ofrecidas con mucha economía. La entrada de Paciurea en nuestro taller era tímida, parecía casi preguntar si podía entrar. Pero una vez dentro, se desprendía del mundo tumultuoso de sus sueños, se nos acercaba siempre preocupado del progreso o retroceso que habíamos hecho desde la última clase, tratando de encontrar las palabras más apropiadas para compartir con nosotros de la forma más comprensible posible todo el fundamento de su corrección. Venía tres veces a la semana y su presencia en estos días de la corrección era esperada con vivo interés pero con cierto temor también. Eran los días en los que nuestros trabajos, realizados con mucho cuidado y esfuerzo, tenían que estar preparados para la exigencia del profesor, sometidos casi siempre a unas radicales modificaciones que hacía sin reparos. Paciurea se ponía furioso siempre que veía un trabajo no comprendido, erróneamente construido, inexpresivo o de una torpe meticulosidad; y entonces, sus ojos bondadosos se oscurecían, y meneando la cabeza en signo de desaprobación, cogía algún trozo de madera que encontraba por allí y empezaba la verdadera corrección. Al principio, mientras los primeros golpes se abatían con vigor en contra del trabajo incriminado, Paciurea no soltaba ni una palabra. Luego se paraba un momento y mirando al autor del trabajo empezaba a explicar mientras todos nosotros nos juntábamos detrás de él con un silencio de tumba escuchábamos las palabras del gran maestro, que nos hablaba con el mismo vigor con que movía la mano. Cada una de sus palabras parecía tener el poder lleno de vida de la semilla que germina en el surco la cosecha. Y una vez acabada la corrección, el trabajo que había sufrido el martirio tenía un aspecto totalmente diferente del anterior; era ahora una escultura vigorosamente construida, con una visible presencia arquitectónica en el espacio. Al terminar con las correcciones, nos echaba una mirada bondadosa, como si intentara ver si por si acaso nos habíamos quedado desanimados, se dirigía hacia la puerta y después de un corto "buenos días" nos se iba. Aunque Paciurea ya no estaba en el taller, su presencia espiritual seguía todavía mucho tiempo entre nosotros. Así pasaron los pocos años de escuela en los que recibí del gran maestro los más valiosos conocimientos para mi futura profesión . Después de recibir mi diploma, las circunstancias adversas de mi vida me arrojaron a un rincón alejado del país, hasta que, al instituirse el concurso para la beca de Fontenay aux-Roses en París, fui a Bucarest para participar. Me acuerdo del día tan inolvidable para mí, cuando se dieron los resultados. Era un día tierno de otoño y estábamos esperando en el patio de la escuela, preocupados y con muchas emociones, los tres concursantes que habíamos quedado después de las tres pruebas eliminatorias. En un momento dado apareció en el marco de la puerta Paciurea, y, dirigiéndose hacia mí, me aprieta la mano y me dice: Usted lo ha sacado, irá a París, haga un buen trabajo allá también, frecuenta los museos y contempla sin cesar las obras maestras de las que tiene mucho que aprender. Buenos días". Luego, con pasos apresurados, se fue. Seguí con la mirada cómo se alejaba el que fue mi mejor y querido profesor, sin sospechar que en este momento le veía por última vez. Me fui a París. Donde cautivado por las esculturas del gigantesco Rodin, recordaba en una estrecha correlación las del rumano Paciurea, tal vez igual de grande que Rodin, si la suerte le hubiera sido dispuesta de manera distinta. De regreso a casa al cabo de unos dos años, me mandaron a varios rincones del país como profesor de dibujo. Mas adondequiera que el destino me echase, trabajaba con mucho ahínco para fructificar siempre todo lo que había recibido de Paciurea, al que aún hoy le dedico un piadoso recuerdo de agradecimiento. Estos pensamientos que he dejado correr libremente por las ondas invisibles del pasado, quedan grabados para siempre en el íntimo fondo de mi alma, como si fuera un elixir reconfortante para el presente. Hoy, mi fe en este presente me anima a mirar la vida cara a cara, alentado siempre de aquel ideal con el que he echado a andar en mi juventud, de transponer en mis esfuerzos creadores algo del mundo cautivador de lo de lo bello para alegrar y satisfacer las necesidades espirituales de la gente. Pero la ilusión de este ideal hacia el que tendía queda muchas veces encerrado en los horizontes alejados de lo desconocido, poniendo a veces bajo signo de interrogación la posibilidad de alcanzarlo.Me paro aquí … No es fácil arrancarme de estos tormentosos recuerdos que han hecho posible revivir un momento hermoso de los años cuando era alumno y después estudiante, recuerdos que me han provocado a la vez tristes sentimientos de pesar por lo que hubo antaño y dejó de existir hoy. Resignado, miro cómo velos cenicientos bajan lentamente, como un telón, sobre el escenario que por poco tiempo fue un momento de mi vida, cubriendo otra vez bajo la sombra sosegada, como en un claroscuro de Corregio, todo lo que fue antaño vivencia, con su rico palmares de recuerdos hondamente cavados en la piedra de la memoria. Conocer la vida significa captar la verdad viva e inagotable que ofrece a nuestra imaginación creadora fuerza fresca e ilimitada. No se puede decidir anticipadamente el momento del fin de una obra repetidas veces empezadas. Independientemente de nuestra voluntad, esto ocurrirá más o menos tarde, o quizás nunca. El contenido de un trabajo de arte, ya se trate de una revolución o de una flor, nada dice si está viudo de las virtudes de una gran maestría. El éxito artístico tiene su propia vida dependiendo del punto de vista de uno mismo. Una cosa es el éxito del autor y otra el éxito de su obra de arte. Una obra de arte vive su propia vida que puede ser más larga o más corta, más feliz o menos feliz, en función del pensamiento y sentimiento que la engendraron y determinaron tanto en su nacimiento como en el difícil camino hacia la perfección, que nunca puede ofrecer más que esto, sencillamente lo que se invirtió en ella. El retrato, este maravilloso libro vivo, en el que se leen con facilidad todos los rasgos y atributos intelectuales y anímicos del ser humano es para mí el tema más apasionante y al que me asomo con un sentimiento de interiorizada comunión, estableciendo un permanente diálogo entre mí mismo, trabajo y modelo. Normalmente la obra se titula una vez concluida e, igual que el nombre se impone al recién nacido que nada tiene que ver con el adulto que será, tampoco en el arte tiene el título que ver necesariamente con la obra contemplada. El título de una obra es necesario exclusivamente para figurar en los catálogos de las exposiciones y de los museos, o bien para el registrar la misma en un inventario cualquiera. Cada trabajo de escultura tiene su particularidad expresada por un extenso repertorio de problemas y posibilidades. \'c9stos difieren de un trabajo a otro, en función tanto de la idea que está en la base del tema abordado, como también del material en el que va a materializarse, - factores ambos decisivos en la determinación del estilo de un trabajo. He considerado siempre que El estudio de la naturaleza es el auxiliar más útil y nunca me he separado de él a lo largo de toda mi actividad. Me refresca siempre el recuerdo de aquellos datos que necesito, como si de una guía preciosa se tratase, para concretar los elementos necesarios para la organización verídica de una composición, y me proporciona a la vez un largo diapasón de soluciones y posibilidades para revestir sin cesar la realización de una escultura con el ropaje fresco de la renovación. Existe en numerosos casos una incompatibilidad entre lo que ha perseguido el artista al plasmar una obra de arte y la tendencia de los estetas y de los críticos a explicarla, cargándola de este moto con toda clase de significados ajenos a las intenciones del autor. El esfuerzo para realizar algo es muchas veces bastante dificultoso, con afanes que despliegan todo un cortejo de inquietudes, disgustos, dudas y a veces molestos desalientos Más no tengo duda alguna de que el camino para realizar algo no puede y no debe evitar estas inherentes molestias, ya que éstas tienen una lógica y representan a la vez la garantía para poder traducir lo mejor posible el credo artístico que poseemos. Muchas veces me ocurre que un trabajo terminado me acuse implacablemente de infidelidades para con este credo. En la escultura me he expresado con varios materiales: bronce, madera, mármol, cerámica y piedra. Pero de entre éstos todos, el bronce queda para mí como el material que prefiero, el que expresa lo más fielmente mis intenciones y mi visión plástica. El bronce parece guardar algo del calor del fuego que lo transformó en una forma viva, con una existencia distinta, con una vida y aliento propios, ennoblecido por un fascinante don para comunicar una idea, un sentimiento o un estado emocional. En la fuerza del bronce, doblegado por la voluntad creadora de tantos grandes artistas, vibraron a lo largo de los siglos, en obras inmortales, las más atormentadas pasiones humanas, la alegría o el dolor, los más profundos ecos de victoria o derrotas. Me he preocupado constantemente con mucho interés y pasión del dibujo. Es ésta la modalidad más rápida de apuntarme con la ayuda de las líneas, sombras y a veces incluso de los colores, en bosquejos más o menos espontáneos un pensamiento o una idea, una impresión fugaz o una vivencia frente a la naturaleza. El dibujo, como punto de partida de cualquier trabajo, queda día a día el acompañante constante de toda mi actividad. Se observa con cada vez más evidencia la dificultad de crear una obra de arte totalmente original. Todo lo que se produjo en el arte hasta el presente ha consumado, en gran parte, la posibilidad de encontrar un camino completamente innovador y original. La originalidad busca a toda costa, eludiendo las leyes eternas del arte, está sometida al capricho tiránico de la moda, incorporando en la generosa idea del arte toda clase de elucubraciones, degenerando finalmente en la triste y absurda corriente llamada hoy non arte: Si del esfuerzo de mi arte quedarán para enfrentarse a la severa e implacable apreciación del futuro tan sólo algunos trabajos, entonces no quedará más que el silencio de la ultratumba para susurrarme que no he vivido en balde.


by Ion Irimescu