Un año antes, mientras Mugnone dirigía la orquesta, los anarquistas habían echado bombas en el "Liceo". Esa vez también el teatro barcelonés estaba colmado de gente. Había corrido el rumor de los éxitos en Madrid de la gran Darclée y cada uno quería comprobar en qué medida su fama correspondía a la verdad. Con todo esto, en la sala bastante amplia había un lugar vacío; donde habían caído las bombas, nadie quería sentarse más. El temor, el pavor se habían convertido en superstición. Pero, a la redonda estaba relleno de público. Rumorosos, expansivos y conocedores en lo de la música, los barceloneses estaban esperando: listos para aclamar, listos para silbar. Darclée cantó aquella noche la Traviata. Un entusiasmo extraordinario se desencadenó en la sala. Desde la nobleza abonada de los palcos del proscenio hasta el paraíso proletario no se oía más que un grito; las ovaciones nivelaban clases sociales, condiciones intelectuales, temperamentos. Antes de haberse concluído el espectáculo, el presidente de la comisión quien tenía a su cargo la administración del teatro, se levantó y pronunció desde el proscenio un gran discurso. Dijo precisamente que el "Liceo" había regresado a su antiguo esplendor gracias a la voz, a la actuación de la actriz rumana y que la sala se merecía llevar de ahora en adelante el nombre de "Teatro Darclée". Los espectadores recibieron con nutridos aplausos las palabras del presidente. Palomas con cintas tricolores (rumanas y españolas) en las zancas volaron por la sala. Y Darclée se convirtió de repente en la reina no coronada de Barcelona. Para sus espectáculos no había localidades una semana antes. Y en la prensa local, en La dinastía, El diario del Comercio, El Diluvio, La Renaixcensa, La Vanguardia, La Publicidad, cuando se tratase de Darclée, no se ahorraban los adjetivos. Hoy en día no se puede comprender fácilmente la dominación de una mujer sobre una época, dominación que supere la emoción del momento. Pero, felizmente, hay pruebas que atestigüan la gloria de antaño, hay elementos afianzados hasta para el efímero renombre de los actores del más "fugaz" período de la historia de la cultura. He aquí, por ejemplo, la carta que un periodista de Barcelona, un tal Pasqual, mandó a la estrella un día de eclipse total de sol. En el fondo, no es una carta; es un poema. Escuchad la sonoridad de la lengua española y el madrigal del periodista: A la débil luz del eclipse total de sol, mando un afectuoso recuerdo a la distinguida amiga, M-me Darclée, astro de primera magnitud jamás eclipsado por ninguna estrella.Su admiradorPASQUAL……………………………………………………………………………………………… El Rey, irritado, da una vuelta. Darclée le ha fallado. ¿Cómo sería que él, "Mahoma", se fuese a "Mecca"? Sonríe por este pensamiento aventuroso y, bajo el imperio del amor, accede. Dentro de algunas horas se hará paso, disfrazado, al hotel Braganza. De barba, de gafas negras, nadie lo reconoce. Darclée ocupa en el primer piso todo un apartamento. La camarera anuncia la visita de un señor extraño. Por su instinto de mujer, lo reconoce en seguida; a pesar de su apariencia cambiada con ostentación, la talla y la silueta son las del caballero de la calle Garret. El Rey se quita las gafas, se quita la barba y se inclina. En algunos segundos, Darclée ya encontró la solución. Lo recibe en el salón, después de haber cerrado cautelosamente la puerta hacia los demás cuartos del apartamento. Don Carlos está callado e intrépido. Por el contrario, Darclée es palabrera y reticente. El Rey vino en aventura; ella lo comprende por su manera de comportarse, por su torpeza, por su febril premura de abrazarla. Pero no está acostubrada a un tratamiento parecido por parte de los hombres; nunca y para nadie fue mujer de placeres fugaces. Su recuerdo se quedó inscrito en el alma, en el corazón, en la carne de todos aquellos que la hayan deseado. El hecho de que Don Carlos sea por casualidad el Rey de Portugal no cambia su manera de ser. Por el contrario, experimenta especial satisfacción en resistirle, en hacerle entender que no todas las mujeres se parecen entre sí y que, para conquistar a Darclée, un título real sea quizás necesario, pero no suficiente. Las horas pasan en ese clima de lucha y de tensión; en una alternancia de confesiones, de imploraciones, de indignación, de silencios hostiles, el Rey pone a prueba todas sus armas de seducción. Pero a las cuatro de la madrugada, Darclée se queda sola y victoriosa. Don Carlos, otra vez el hombre de la barba y de las gafas negras, se encamina de regreso hacia el palacio. ¡O, no se había equivocado! Darclée tenía que ser para él más que una aventura accidental consumada en un cuarto de hotel.La cabeza le retumbaba por la irritación; sentía que tenía fiebre. Antes de quedarse dormido, le escribió algunas líneas a la mujer que había vencido su orgullo.El lunes, a las 4 horas de la madrugadaMI SANTA ADORADA, Llegué a casa sin ningún inconveniente, pero estoy en semejante estado nervioso que me tiembla la mano y tengo miedo de que no vayas a reconocer mi firma. Me voy de tu lado adorándote aún más; porque tienes tremendo carácter. ¡Cuánto te amo, alma de mi vida, y cuánto poder de voluntad me hizo falta esta noche para … y para abandonarte! ¡Adorada de mi alma, amor de mi vida! Te adoro. No se te olvide la dirección. Miles de besos. Siempre tuyo,CARLOS[1] Don Carlos no estaba acostumbrado a la resistencia femenina. La amable pero rotunda negativa de la cantante le sorprendió, mas sin vejarlo. He aquí, por fin, una mujer que no se parecía a todas las demás, una mujer para la cual la posición de favorita no significaba la realización de un sueño inesperado. ………………………………………………………………………………………………SEÑORA, Antes de seguir leyendo esta carta, le ruego me disculpe. Soy el redactor crítico musical del periódico "El Correo Español", donde siempre he elogiado a la primera "Valentine" del mundo. Nunca tuve el honor de hablarle y es por eso que le escribo. Quiero pedirle algo, Señora: ¡Escúcheme! Ya hace mucho tiempo que deseo tener su retrato firmado. ¿Sería Usted tan amable de ofrecérmelo? Iré a verla hoy mismo para conseguir su respuesta, por lo que le agradezco desde ahora. Sírvase aceptar el homenaje de su muy humilde admirador que se prosterna ante sus pies.JOSEPH BUIGO DE DALMANMadrid, 19 de febrero Éstos son testimonios de gloria pero, al mismo tiempo, testimonios de postura. Darclée no se ha ganado ni una ínfima parte de la celebridad de la que ha gozado por concesiones, por adulaciones o por protecciones. Ella ha llegado a ser y seguirá siendo Darclée por su prestigio nunca jamás desmentido…
[1] Don Carlos de Braganza, Rey de Portugal
by N. Carandino